Capítulo 29: Lady viuda negra

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Su sangre se secó en mi piel, creando constelaciones en mis brazos, cuello y mejillas

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Su sangre se secó en mi piel, creando constelaciones en mis brazos, cuello y mejillas. La mano donde escupí su sangre estaba tan cubierta de rojo que parecía un guante; la otra, aquella con la que acaricié su cadáver estaba tan limpia y blanca como el mármol resaltando entre tanto negro y vino.

No había dejado de sonreír en horas.

Un guardia había metido sus manos debajo de mis axilas para alzarme, otro tomó mis pies descalzos, empapados y pegostosos, y me levantó del suelo mientras un tercero recogía mi falda y la cola para que no arrastrara mientras me alejaban del tumulto.

Desde entonces me tenían en custodia en una habitación vacía. Atada por las muñecas y los tobillos a una silla "por mi propia seguridad".

No lo dijeron, pero todas las sospechas estaban en mí, y era de esperarse que luego de atreverme a asesinar a la sagrada Mano derecha del rey delante de cientos de testigos, mi siguiente jugada sería el suicido. Estaban equivocados, pero no los culpaba. Al fin y al cabo ese había sido mi plan hasta que Lyra se me adelantó.

Estuve mucho rato pensando en cómo podría haberlo hecho. Las posibilidades eran infinitas, mas las probabilidades eran limitas. La única respuesta lógica estaba en mi maquillaje. Lyra me vistió y maquilló, y Circinus no dio muestras de envenenamiento hasta besarme. Tenía que ser el labial.

Pero si era el labial... ¿pude haber matado a Sargas si le hubiese permitido que me tapara la boca? Y lo más inquietante de todo... pude matar a Orión de habernos arriesgado a besarnos.

Por supuesto, Lyra no tenía forma de predecir todo eso, y lo único que de verdad importaba eran sus intensiones y lo que había logrado.

«Vivir para verlo morir». Tal vez no lo había matado yo, pero muerto estaba, y a pesar de mis ataduras nunca me había sentido tan libre.

Un hombre entró a la sala después de horas, parecía un mensajero corriente, no había signos de pertenecer a la nobleza, a las fuerzas de seguridad ni de ostentar ningún cargo superior. Se detuvo a una distancia prudencial de mí, como si temiera que de pronto me le lanzaría encima, y le mordería la yugular.

—¿Aquía? —preguntó.

—¿Tienen otra viuda en custodia, atada y cubierta de sangre?

—Sí eres tú —asintió el hombre. Rodé los ojos—. Le tengo un mensaje de parte de su majestad Lesath Scorp.

—Mataría por escucharlo —contesté con una sonrisa cínica que hizo al mensajero tragar en seco.

—El rey ha solicitado su inmediata presencia con extrema urgencia, tengo instrucciones de llevarla ante su majestad, pero requiero de su compromiso para cooperar. Tenga presente que cualquier estrago que cause a sus escoltas serán considerados agravantes a los cargos de los que se le acusan y minimizará la tolerancia del jurado, además de que será motivo para aplicar de una vez la máxima sentencia. ¿Entiende y acepta todo lo que le he explicado?

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora