Capítulo 2: Mi compra

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Aquía

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Aquía. Las estrellas no ponen nombres con indiferencia, siempre hay un motivo, un propósito y un destino detrás. El mío estaba inspirado en Aquila, la constelación del águila en vuelo situada debajo del cisne. Águila. Majestuosas criaturas capaces de prolongar su libertina existencia hasta 70 años, pero que en algún punto de su vida tenían que pasar por una decisión crucial: renovarse o morir.

El proceso que a ellas les toma ciento cincuenta días en la cima de una montaña, a mí me tomó la eternidad de una hora y media.

—Dile a quien sea que esté a cargo de esos carruajes —ordenó Madame Delphini a la Preparadora informante— que va a ver a todas y cada unas de mis chicas, pero cuando yo diga que están preparadas.

—Pero, Madame, no puedo hacer…

—Hazlo. Soy una profesional, más de dos horas no me tomará transformar estas niñas en mujeres.

Madame Delphini, aquella imponente dama que no quería el título de Lady, que tuvo la fiera determinación de sobreponer sus órdenes a las del Palacio, fue la segunda mujer que destrozó las piezas de un rompecabezas de mentiras que yo creía perfectamente armado en mi estructura mental. Fue de esas figuras que te hacen pensar: «Vaya, ojalá yo fuera como ella».

Hizo de mí lo que hace un águila a la hora de su dolorosa transformación recluida en lo alto de una montaña: me arrancó las plumas, destrozó mis garras, me despojó del pico; y minutos más tarde me dio alas nuevas.

Las tinas de agua caliente no eran una novedad en mi rutina, pero en esa sería la primera vez que me sumergiera junto a un enjambre de pétalos de rosa que impregnaban mi piel de su perfume y flotaban a mi alrededor como nenúfares de un lago manantial humeante.

La Preparadora a mi cargo me restregó la piel como si quisiera verla sangrar los residuos de los años en ella. Me peinaron y perfumaron el cabello con esencias florales, Madame Delphini permitió que me hicieran una trenza pero especificó que debía quedar holgada, con mechones de cabello que escaparan de mi frente para surcar mi rostro, interferir con mi mirada y rozarme los labios; luego me masajearon entera con un aceite de aroma sutil pero perenne.

La atención era activa y exigente, necesitaban hacer de mí en minutos lo que no habían querido en toda una vida: una oferta tentadora.

—Madame —me atreví a hablar mientras ella en persona maquillaba mis ojos con sombras y delineados que jamás me habían aplicado—. Yo no puedo ser ofertada hoy, no cumplo dieciocho hasta dentro de una semana.

—Parece que con esto no van a hacer falta extensiones en tus pobres pestañas —dijo, más para sí misma, a la vez que cambiaba su armamento para pasar a mis labios—. A nadie le va a importar la edad que tengas cuando te vean. Ni tú ni yo podemos perder una oportunidad así.

—¿Cree que me compren hoy?

Ella me inmovilizó el mentón con sus largos dedos y procedió a delinear mis labios que naturalmente, y gracias a su monótona palidez, estaban poco definidos.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora