Capítulo 32: No puedo hacerte daño

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—Perdone, estoy buscando al caballero Enif, ¿sabe dónde puedo ubicarlo?

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—Perdone, estoy buscando al caballero Enif, ¿sabe dónde puedo ubicarlo?

Me había cansado de esperar por Orión. Necesitaba verlo, aunque fuese para recibir una reacción que me lastimara. Necesitaba saber de él.

Un chal ligero color negro escarchado colgaba de mis brazos con elegancia, añadiendo un porte distinguido a mi vestuario. Uno de los primeros vestidos que pagaba con mi pensión, una pieza que combinaba el vino, el rojo y el carmesí; confeccionada a mi medida con corsé de cinta negra y una larga falda con volados y bordados en oro.

El escote me elevaba los senos hasta darle un provocativo aspecto de corazón, y las mangas largas acababan con un botón dorado en cada una y guantes de encaje negro que cubrían la palidez de mis manos. Era la dama que siempre había querido ser, la dueña de mi vida.

Me encontraba frente a los establos del reino. Uno de los hombres que quedaron a mi servicio luego de la desafortunada muerte de mi cerdo marido se encontraba ahí delegando y supervisando el cuidado de los caballos que tenía en mi haber. Muchas veces fantaseaba con la idea de darme una innecesaria vuelta al mercado de Ara solo para poder viajar en mi carruaje personal. Sin embargo, no estaba ahí por eso.

Ferguson se encargaba de las finanzas y el mantenimiento de la Torre mientras el reino le siguiera pagando, él conocía a todos los hombres que estaban en mi servicio, yo no. Por eso le pedí que me llevara con alguno de los guardias que tenía a mi disposición.

Y ahí me encontraba, frente al guardia en cuestión preguntando por el único hombre que me interesaba ver en ese momento.

—Perdone, estoy buscando al caballero Enif, ¿sabe dónde puedo ubicarlo?

—¿El de la guardia real?

El hombre me miró con el ceño tan fruncido que sus cejas casi se tocaban.

—El mismo —contesté con firmeza.

—La guardia real hoy está en entrenamiento, madame. Tal vez podría esperar hasta...

—No esperaré nada, señor. ¿En qué ala del castillo entrenan?

—No pensará...

—Eso, señor, es exactamente lo que estoy pensando.

☆☆•☆•☆☆

La guardia real entrenaba en un salón de piedra confinado para su uso exclusivo. A diferencia de los asesinos, los caballeros no tenían un arsenal de armas a su disposición, solo variaciones de espadas para cada estilo según las diferentes técnicas enseñadas en cada región; además de escudos de múltiples formas, tamaños y usos.

A pesar de tener las armaduras doradas y de que lo ideal era practicar con ellas para acostumbrarse a su peso, la mayoría apenas andaba por el castillo con peto, cota de malla y protectores de codos y rodillas; y en ese entrenamiento en particular todos estaban más desnudos que vestidos y no había ni uno solo blandiendo una espada.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora