Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos

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Los pétalos de una flor rozaron la punta de mi nariz, haciéndome cosquillas, despegándome de los brazos de la somnolencia

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Los pétalos de una flor rozaron la punta de mi nariz, haciéndome cosquillas, despegándome de los brazos de la somnolencia. Mientras intentaba apartarlos como a un insecto, terminé por abrir los ojos en contra de mis deseos y así descubrí que no había flor alguna; aquel delicado material que acariciaba mi piel no era más que la punta de la tela con la que la princesa cubría su rostro, que al estar inclinada sobre mí me colgaba sobre la cara.

—¿Qué…?

Con lentitud fui recobrando la consciencia o con ella el dolor de cabeza de una resaca descomunal; la noche anterior, luego de que Antares se marchara triunfal, Shaula se había ido a enfrentar a Sargas por confinarme a su alcoba sin consultarlo antes con ella. Yo me había dispuesto a esperarla despierta, sin embargo en algún punto entre el desvelo y la preocupación tuve que haberme rendido en los arrulladores brazos de la luna, alcanzando un sueño tan profundo que me sumió en un olvido momentáneo.

Por el dolor de mi cuerpo y la incómoda posición en la que estaba, supe que al menos había tenido la decencia de acostarme en el sofá y no en la cama.

Sobre mí se encontraban los inmensos ojos de la princesa, tenerlos tan cerca era abrumador, no era como ver su reflejo tras el escudo del cristal que aminoraba el efecto de aquellas grandes perlas cafés que parecían penetrarme con más intensidad que cualquier hoja en el salón de entrenamiento.

—Te dejaría dormir más —dijo su voz calmada y profunda detrás de la seda turquesa que le cubría la boca. Su acento se acabaría por convertir en mi melodía favorita, y bastaba con escucharla pronunciar tres palabras para deducirlo—, pero imagino que para cuando despertaras todos estaríamos extintos.

—¿Tanto…? —Intenté incorporarme, pero el mundo se mezcló en un remolino alrededor de mí—. ¿Tanto dormí? —pregunté al fin con una mano sobre el hemisferio de mi cabeza que más palpitaba.

—La verdadera pregunta es: ¿cuánto llevabas sin dormir?

—No… no lo sé. He tenido noches difíciles y días aun peores.

Shaula asintió, y se levantó. Yo hice lo mismo pero con una lentitud excesiva para no caer en el vórtice que imaginé que se abría a mis pies.

—No se molestará si le pregunto… ¿qué decidió Sargas por fin para mí? ¿Me voy a quedar o…?

—Lo que deberías es comer algo, y arreglarte, mi hermano es el Scorp que menos te debe preocupar ahora. Mi padre, por otro lado… no tolerará una Vendida mal vestida, borracha de sueño, famélica, ojerosa e impuntual.

—Y… su otro hermano… —tanteé el terreno para descubrir qué tanto era prudente acercarme sin hundirme—… ¿de él también me tengo que preocupar?

—De él solo tengo que preocuparme yo —dijo dándome la espalda. Su voz me sonó sincera, lo que lo hacía todavía peor—. Por favor, come algo de la mesa y cámbiate. Es tarde.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora