Capítulo 11: Nunca calles

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Teníamos tanto rato descendiendo en la oscuridad que comencé a pensar que íbamos camino a una cripta

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Teníamos tanto rato descendiendo en la oscuridad que comencé a pensar que íbamos camino a una cripta. Orión ni siquiera me había dejado cambiarme la ligera ropa de dormir de seda antes de salir, así de urgido estaba por sacarme de mi habitación y dejarme a salvo bajo la protección de Sargas.

Tratábamos de hacer el menor ruido posible, incognitos en medio de la penumbra de un castillo somnoliento. Pasillos y escaleras descendentes se mezclaban en nuestro camino al punto en que ya me había desorientado, sola habría sido incapaz de repetir el recorrido a la inversa.

Avanzábamos por una especie de pasillo oscuro y cavernoso, con paredes de piedra apenas iluminadas por una penumbra azulada que se colaba por debajo de la puerta por la que habíamos entrado y una antorcha de fuego blanco cada metro y medio que acariciaba las sombras sin apartarlas totalmente. Se dice que en Ara el fuego blanco es un regalo del sol, en ninguna otra parte del reino se ha oído de una materia parecida.

—Estamos… —comencé a decir—. Avanzamos mucho, y muy hacia abajo. Empiezo a pensar que me conduces a las mazmorras.

Él se detuvo y me miró con un cariz áspero y alarmado en sus ojos. Con la perniciosa oscuridad que nos envolvía, la cicatriz de su rostro se veía todavía más severa dándole un toque de bestia peligrosa, además hacía cobrar a su figura todo un aura de misterio imposible.

—¿Quién te lo dijo?

—¿Qué cosa? —pregunté de pronto nerviosa por el tono de su voz.

—Lo de las mazmorras, ¿quién te lo dijo?

—No puede… —Me llevé las manos a la cara con sorpresa genuina, eso pareció relajarlo—. ¿Sí es cierto? —Se mantuvo en silencio—. ¡¿Qué hace el príncipe heredero de Aragog viviendo en las mazmorras de su castillo?!

Él siguió caminando y no fue hasta unos pasos más adelante cuando se dignó a contestar.

—Digamos que no le gusta el sol.

—¡El sol de Ara ni siquiera calienta!

—Digamos que tampoco le gusta la gente.

—¿Y qué sigue? ¿Digamos que le gusta la carne humana?

Se le dibujó una pequeña curva a un lado de los labios que me llenó de un nerviosismo inusual e infundado.

—La carne no sé, pero he oído que la sangre le fascina.

Me detuve en seco, gesto suficiente para que Orión dejara salir la carcajada que reprimía. Me sentí tan aliviada como estúpida de saber que solo había sido una broma.

Le lancé un puñetazo por haberse burlado de mí pero me atrapó el brazo, intenté probar a pegarle con el otro mas solo conseguí darle todo el dominio de mí. Maniobró mi cuerpo pegándolo a la fría pared del pasadizo, apresándome con ambas muñecas sobre mi cabeza bajo el agarre de una sola de sus manos. Se reía, gozando de la situación y de su victoria, con la cara muy cerca de la mía, mas al notar el cambio drástico que sufrió mi respiración al verse tan expuesta a su presencia, de pronto se borró toda la diversión de su rostro; un sentimiento distinto e indescifrable se mudó a su mirada y algo en sus labios los hizo temblar tanto como a mí me temblaban las piernas.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora