Capítulo 32: No puedo hacerte daño

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Orión estaba descalzo, con el pantalón bombacho arremangado hasta la mitad de los muslos, la ropa interior se le asomaba cerca de su ingle tensa y sudorosa. Su cabello se movía con libertad batiendo gotas de sudor a todos lados con cada patada alta que él daba con la agilidad y potencia suficiente para dislocar una mandíbula de un solo golpe.

Las cicatrices de su espalda parecían palpitar con cada embestida de sus brazos a su saco de entrenamiento. Sus manos estaban tan rojas que el resto de su piel tostada parecía pertenecer a un cuerpo distinto.

Transpiraba, cada golpe era más apasionado que el anterior, con cada respiración que él daba yo quedaba más segura de que un animal salvaje saldría de su pecho.

Todos parecieron advertir mi presencia primero que él, olvidándose de sus tareas para preguntarse qué hacía una mujer con vestido en aquella sala llena de dorsos desnudos y sudor. Cuando él al fin me vio, erró el siguiente golpe a su objetivo y su ceja atravesada por la cicatriz que yo ocasioné se elevó con sorpresa.

Solo se me ocurrió una idea luego de eso y fue encerrarme tras una de las puertas a los laterales para esperarlo hasta que terminara. Me di cuenta del error cometido apenas cerré detrás de mí.

Estaba en un baño. Su baño.

—Por las tetas de Ara... ¡¿Qué Sirios haces tú aquí?!

Sonreí sin voltearme al escuchar su voz, podía verlo a la perfección a través del espejo que abarcaba toda la mitad superior de la pared justo por encima del mesón lleno de esencias de baño, jabones y tónicos para el cabello. Podía admirar su reflejo mientras se secaba el sudor del cuello con una toalla, y cómo con una mano sobre su hombro se masajeaba para aminorar el dolor muscular. Y su cabello... Era uno de esos desastres naturales que por mucho que sabes que no deberías mirar no eres capaz de despegar tus ojos mientras lo arrasa todo.

—Orión...

Mis ojos brillaron en el espejo y se conectaron con los suyos, que de inmediato se apartaron sin resistir el contacto. Le dio la espalda a mi reflejo y me miró de frente evitando encontrarse con mis ojos. Me daba una imagen ideal de las cicatrices gemelas de su espalda en el cristal.

—No me has ido a ver, Orión. Tenía que venir.

—Has pasado por mucho, no quería abrumarte tan pronto con mi presencia.

—¿De qué hablas? Su sangre llenando mi boca es el recuerdo más feliz que tengo. Estoy bien, mejor que nunca. Pero tú me estás evitando.

—Preciosa, yo... —Se llevó las manos a la cabeza y enredó sus dedos en su cabello—. No puedo. Ya no.

La cara me ardía de la rabia.

—Dijiste que no necesitaba protección, Orión. No puedes contradecirte, tú no... Dijiste que... Espera... ¿No es por protegerme, verdad? ¿Lo haces por ti? Si es por ti pudiste hablarlo conmi...

—No...

Sus manos se cerraron sobre mis brazos. Estaban ardiendo. De repente ni él mismo se pudo contener y me pegó a su cuerpo, estrechándome en un abrazo tan intenso que me dejó sin aire, sin habla, y me arrancó las lágrimas que se asomaban por mis ojos. Al cabo de un par de segundos me alejó de él con cuidado y me secó las mejillas con el dorso de su mano.

—No es por mí.

—Entonces intentas protegerme.

Fui tan brusca como la ira que sentía.

—Lo... Lo siento.

—Es injusto, Orión. Esperaba que todo el mundo me alejara de ti menos tú mismo.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now