Capítulo 31: Un buen hombre

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Apretó los labios, tal vez lo estaba presionando demasiado.

—Rétame, y la siguiente la clavaré en tu ojo.

—Yo no fui, Ares.

Mi voz perdió toda burla, toda insinuación, todo reto. Desnudé mis palabras para que llegaran a él como lo que eran: la verdad.

—No te creo.

—Entonces estamos perdiendo el tiempo, ¿no? Si no vas a creer lo que te diga entonces no estás aquí para preguntar. ¿Para qué viniste?

Las venas de su cuello se veían tan tensas que las creí capaces de reventar en cualquier momento.

—No lo sé —admitió, sin relajar la ira contenida en su garganta—. Supongo que necesito una razón para no matarte a pesar de lo que hiciste.

—Bien, entonces sigamos esa línea de razonamiento. —Nerviosa, me pasé la mano por la frente empapada, mi ritmo cardíaco no se normalizaba y Ares se veía muy inestable—. Supongamos que sí, que lo hice. ¿Qué piensas al respecto?

—Que eres una maldita. Ese hombre, te cayera bien o no, era mi padre.

—No era una buena persona, ni siquiera era un buen padre.

Un segundo proyectil voló hacia mí, esta vez pasando tan cerca de mi brazo que abrió un canal de profundidad considerable antes de caer al suelo.

Me llevé la mano a la herida ensangrentada y miré a Ares con mi paciencia a punto de agotarse.

—La próxima te la entierro yo mismo —advirtió—. No eres nadie para decidir si él era o no un buen padre.

—Yo no, pero, ¿y Leo?

—Las cosas que hizo las hizo porque estaba ciego. Tendrías que matar a cada maldito hombre creyente de Aragog, porque cualquiera habría hecho lo que él al descubrir que su hijo iba en contra de todo lo que es sagrado para él, para Ara.

—Tú no crees eso, Ares, tú me dijiste...

—¿Crees que me conoces más tú que yo mismo? ¿Crees que lo conocías a él? ¿A Leo? No. No sabes nada. Mi padre cometió atrocidades por su fe, acciones que yo mismo repudié, pero no merecía la muerte y tú no tenías ningún derecho a decidir eso.

Una sonrisa cínica se dibujó en mis labios, con la misma, y una ceja alzada, miré a Ares directo a los ojos.

—Qué doble moral la tuya, diciendo esas palabras sabiendo que entrenas a diario para arrebatar la vida de otros sobre los que no te compete elegir.

Ares sonrió, sus ojos verdes brillando como los de un reptil.

—Sí, princesa, así somos. Seres sin moral, pero debemos atenernos a que las vidas que arrebatamos tienen dolientes. Algunos se limitan a llorar su pérdida... pero cuando se levanta uno con sed de venganza, hay que ser lo suficientemente valiente para enfrentarlo como lo fuimos en un principio para matar.

—¿Vale la pena lo que estás haciendo? —inquirí—. ¿Qué pensaría Leo si me mataras?

—Leo tomó sus decisiones, yo tomaré las mías. Además, él mismo no puede negar que si las cosas hubiesen sido distintas, todavía podría atesorar los mejores momentos que tuvimos con nuestro padre. Porque hubo, y sobraron.Fue un buen padre, Aquía, y tú no eres nadie para decir lo contrario.

—Por supuesto que no. Pero los monstruos más viles pueden ser buenos padres, buenos amigos, buenos amantes, buenos con los animales, y eso no quita que deban pagar por sus crímenes. De verdad lo siento, Ares, pero tu padre tomó decisiones que destruyeron la voluntad de muchas mujeres, y mi propia alma, y alguien decidió que esa parte de él no podía seguir existiendo, y destruyendo.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now