Fuimos un cuento que leeré mil veces. IV.

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- No tienes que agradecer. Es cierto cuando dije que podías pedirme lo que necesites.- Steve deja un palmada en su hombro.- Recuerda que mi propuesta sigue en pie.

- Gracias, Steve.- no dice más, no quiere seguir pensando, ni siquiera quiere seguir consciente.- ¿Podemos hablarlo mañana?

- Por supuesto.- el hermoso caballero coloca su saco.- Solo estaré cuatro días más en el país, tienes dos para darme un respuesta.

- Lo tendré en cuenta.- le da un último abrazo y cierra la puerta cuando ve el moderno vehículo alejarse.

- Estoy segura que es lo mejor, cariño.- May seguía en la cocina.- Ya conoces quién es y te ha demostrado que tiene palabra, ¿qué te detiene?

- May, ¿podemos hablarlo mañana?- no quiere ser descortés pero ya no da para más.

Hace apenas cuatro horas estaba presenciando el sepelio de su mamá. No puede con más, así que sube a su habitación y se hunde en la cama.

Su cerebro parece no querer descansar y comienza a enumerar cada situación que le ha llevado a esa. Desde su empleo en la cafetería, la presencia de May en su vida, la bella durmiente en la que su mamá se había convertido, la nueva amistad con Steve y la ausencia de él.

Sus ojos comienzan a llenarse de agua y sabe que es normal. Su mamá, la luz de su vida, había terminado de apagarse y ahora estaba solo y a la deriva en un mundo demasiado cruel. Con apenas dieciocho años, estaba roto y solo. Completamente solo.

Porque papá y mamá no estaban más. Y él se había ido, sin ni un adiós y una explicación. Aunque es evidente que no esta más, Peter sigue creyendo que solo es una confusión de horarios y que el día menos esperado, coincidirán a la misma hora en la misma laguna de siempre.

Mantuvo esa fe cada día desde la última vez que le vio, conseguía ir un par de horas entre las visitas al hospital y su trabajo. Sus piernas habían ganado músculo por el ejercicio en la bicicleta y tenia un perenne tono rosa en sus mejillas por la misma razón

Pensaba que su nuevo cambio seria de agrado para Edward, pero no lo sabe y no lo sabría, porque él simplemente no llegaba y el tiempo comenzaba a acabarse.

Fueron ocho semanas de noches en el hospital, mañanas en la cafetería y tardes en la laguna. Fueron difíciles momentos donde la salud de su mamá empeoraba y él solo podía pedir un milagro. Donde solo necesitaba un momento para descansar y seguir ahí, de pie, sonriéndole a mamá.

Una historia sin final. [STARKER]Where stories live. Discover now