Capítulo 18: ¿Qué sucede con los trastornos del sueño?

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Observé la pared por horas, buscando con los ojos vagos alguna forma atractiva en el tapiz. Y repetí cientos de veces lo muerto que estaba de sueño.

Nadie escuchó.

Insomnio.

Mojé mi rostro con el agua que caía del grifo. Azoté mis manos repetidas veces en mis cachetes y alcé la vista para percibir mi imagen atrapada en el espejo, la cual me habría parecido increíble si estuviera drogado pero para mi mala suerte nos revisaron antes de subir al camión y no pude traer dosis más grandes.

Debí ocultar algo dentro de mi yeso.

-Qué asco. -Bufé.

Tomé una bocanada de aire como si me intentara tragar a mí mismo. Me aferré a la muleta, abrí la puerta de los baños y salí. Afuera la luz de la luna era mi única iluminación al igual que lo que escapaba de los baños a mi espalda. El follaje se coló entre mi pantalón deportivo y la única chancla en mi pie sano se volvió incómoda.

-Si no crees en los insectos no pueden tocarte. -Dije entre dientes.

Rogué por no pisar algún hoyo o recibir piquetes de mosquitos. El clima era bastante frío así que también me costaba buscar calor dentro de mi propio cuerpo, pensé que me volvería un hielo antes de regresar a mi cabaña. Perdí horas en el baño tratando de gastar mi energía con alguna llamada a mi prima pero no vi resultados, solo me agoté sin permitir que el sueño me llegara.

Seguí el camino de piedras para evitar tropezarme, no quería empeorar mi lesión. Suspiré con pesadez, los brazos se me caerían de dolor. Opté por detenerme unos segundos a tomar aire mientras inspeccionaba los alrededores con la mirada.

Pinche campamento pitero, seguro mañana nos ponen a lavar platos con el perro frío.

Di una vuelta entera para seguir con mi camino, o eso planeaba hacer, pero me detuve a media y divisé a Depresión sentado en la orilla de una cabaña en la sección de enfermedades. Tenía puesta una pijama amarilla, sus pies colgaban por la altura de la madera y lucía bastante normal sin hacer nada relevante. Él también me vio, no dudó en hacerme señas.

-Qué te traes, chamaco. -Sonreí, en un intento por arrastrarme hasta donde él se encontraba, a través de las flores pequeñas en el césped y algunos hoyos en el camino.

-Nada, solo me quedé en mi celular, pensando -señaló su smartphone que reposaba sobre la madera y se encogió de hombros, su tono se oía animado pero no en exceso-. Tú qué onda.

-De vago, pensando, y harto de este yeso. -Me reí, él se recorrió para que pudiera tomar asiento a su lado, el lugar se sentía roñoso en mis palmas. Sostuve mi muleta con una mano.

-Same. -Soltó una palabra en inglés.

Cuando éramos pequeños nuestros temas de conversación giraban entorno a caricaturas, cómics, el club de cerámica y eventualmente cosas que haríamos para cambiar la sociedad. Con el tiempo, aquellos temas se fueron reduciendo a solo hablar de cómo nos sentíamos y un poco de música, quizás porque ya habíamos hablado demasiado o él ya no se interesaba por nada en particular.

Pero hubo algo que nunca dejamos de comentar: Cosas comunes, cosas que están allí todos los días, y él nota para no ponerse triste y yo porque tengo demasiado tiempo desperdiciado en no dormir.

-Esa estrella roja luce como un tomate pequeñito. -Comentó para romper el silencio.

-O un granito hinchado. -Concordó.

-Era Rodolfo un reno -se rió el llevar el tono de la canción. Me miró de reojo para que siguiera con él, eso hice-. Que tenía la nariz roja como manzana, y con un brillo singular. Ah, no, no era manzana...

Escuela para trastornos y enfermedades. {DISPONIBLE EN FÍSICO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora