Capítulo 2: Aférrate a las consecuencias.

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Quería negar el pasado, aunque este continuara golpeando contra mí para recordarme tanto cosas dolorosas como algunos buenos momentos.

Depresión.

Yo era un chico tonto.

Me detuve cuando me llamaron y no me negué cuando me invitaron la cena. Es más, esperé a que su turno terminara porque dijo que quería charlar conmigo, así que lo esperé deseando no sentirme arrepentido, porque ya estaba acostumbrado a escuchar a personas que no tenían nada que decirme al final.

Aunque comencé a sudar de solo imaginar que terminaría así de nuevo: con nada importante.

-¿No querías algo más? -Me preguntó, inclinando su espalda hacia atrás para verme con un poco de distancia. Sus cabellos plateados caían alrededor de su cicatriz-. Ya cerramos, pero aún puedo entrar para prepararte lo que quieras.

Adie ya no tenía su uniforme, se había puesto su ropa diaria y nos sentamos en la banqueta ya que pocas personas transitaban a esa hora. Sus manos se sostenían a sí mismas y se veía agitado, como una pequeña sombra en medio de la noche que mantenía su distancia, y apenas hacía ruido con su pacífica voz.

-No. -Vacilé. Estiré el cuello junto a mi espalda para liberarme de la tensión entre el abrigo y el uniforme.

-¿Cómo has estado? -Soltó, golpeando la voz con rudeza. Se disculpó en un tono más bajo-. Lo siento, grité. Estás más alto, ¿no? Y te... ¿Te perforaste?

Adie señaló mi oreja al percatarse de ello. Mi madre me perforó hace unos meses con la excusa de un método para deshacerse del estrés: en realidad solo quería aprender a perforar y me usó como conejillo de indias. No esperaba que me hiciera los aretes y otras dos perforaciones en la parte superior; sí, se volvió loca atravesando la piel de otros.

Le expliqué la situación, él solo se limitó a reír sin juzgar a mi madre. Aunque la conversación fue frágil sin nadie que la tomara, hasta que terminó y nos observamos en silencio esperando que uno careciera de nervios para hablar.

Yo realmente quería olvidar muchas cosas de la escuela con la graduación, lo pasado era pasado y aclararlo estaba de más. Pero a veces vagaba en ciertos perfiles, mirando viejas fotos, riéndome de algunos compañeros; no lo sé, parte de mí quería aferrarse a ello y sus consecuencias. Así que no estaba enojado por encontrarlo a él, era una mezcla de emoción, como si le echara vainilla al café.

-¿Puedo fumar? -Preguntó Adie, entrecerrando sus ojos con una leve sonrisa que hizo escalar la comisura de sus labios hasta la altura de la nariz.

-Yo también necesito uno. -Asentí, y bajé la mirada desesperado para buscar la cajetilla oculta en mi mochila.

Saqué la cajetilla negra que venía con una advertencia y la imagen de personas hospitalizadas, también la prohibición a menores de 20 años por el efecto que estos podrían tener en nuestros malestares. Saqué un encendedor y le ofrecí fuego, aunque él me miró con extraño.

-Lo siento, creo que te pegué un mal hábito. -Comentó preocupado al recordar ese día de la peda.

-No fuiste tú, fue alguien con quien me acosté.

ERES UN PENDEJO.

-Ah... -Me coloré de inmediato, y golpeé mi pecho para no asfixiarme con mi propio aire.

Escuela para trastornos y enfermedades. {DISPONIBLE EN FÍSICO}Where stories live. Discover now