Capítulo 29: Lady viuda negra

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Al abrir mi boca el sonido de unos pasos apresurados me silenció. Alguien, al menos tres personas, se aproximaban en una marcha rápida y descordinada.

De pronto la puerta se volvió a entrar, seis guardias condecorados entraron a la habitación, tres se formaron a un lado y tres al otro, mientras en medio hacía su entrada la inesperada figura del rey de Aragog.

Lesath Scorp en persona. Las cosas eran muy serias si se había presentado incluso luego de haberme mandado a buscar. Él no solo quería tener esa conversación cara a cara conmigo, quería que fuese de inmediato.

—¿Qué tal las sogas? ¿Muy ajustadas?

Alcé un poco las manos hasta donde podía e hice un gesto indiferente con mi cabeza para dar a entender un «No me quejo».

Él chasqueó los dedos a sus guardias y luego dijo:

—Deshagan los nudos y aprieten más, hasta que la cuerda le corte la piel y no pueda pasar ni la sangre a través de ellas.

Uno de los hombres me haló del pelo para echar mi cabeza hacia atrás y me puso una mano firme en el cuello para inmovilizarme; mientras, los otros cuarto rehacían cada uno el amarre sobre alguna de mis extremidades. No escatimaron en su obediencia, no dejaron de apretar hasta que grité por el dolor que la presión me confería. Cuando terminar de atarme no podía ni levantar un dedo, no quedaba ni un milímetro de soltura en aquellas ataduras.

—¿A qué viene tanta precaución con una mujer, majestad?

El rey me sonrió. Las arrugas de sus ojos se pronunciaron con lo teatral de su gesto. Su postura era severa, su mandíbula apretada lejos de su máscara de benevolencia. Estaba harto de mí, pero todavía le quedaban piezas para jugar y muchísimas ganas de irse encima del tablero.

—Te voy a contar un secreto que tal vez te haga caer de la silla, así que agárrate fuerte. —Fruncí el ceño por el cinismo de su humor—. Aquí va: no soy estúpido.

—¿Cree que una mujer podría hacerle daño?

—Ay, mi niña... ¿quieres que responda si creo que hombre y mujer son iguales? No lo son. Ambos son seres humanos dotados con capacidades y limitaciones distintas, insinuar que somos iguales implica que somos capaces de las mismas cosas y no es así. Sin embargo, y como ya aclaré, no soy estúpido. El hecho de que no seamos iguales no implica que niegue que ustedes también son seres racionales y capaces, aunque de cosas distintas y por motivaciones diferentes.

—Va a tener que explicarse muchísimo mejor, majestad. No estoy segura de haber entendiendo... pues nada.

El rey tomó aliento para la explicación que estaba a punto de darme.

—El hombre es un ser fuerte y centrado, la mujer un alma pasional. Esas emociones son las que las dominan a ustedes, es la razón por la que este sistema las favorece sin comprometer la seguridad de nadie.

—Qué interesante... —Contuve a duras penas una risa—. Cuénteme más. ¿En qué parte nos favorece este sistema? Porque creo que me la perdí.

Él no caía en mis provocaciones, respondía con fluidez y sin que mi humor lo afectara. Tenía tan interiorizadas sus respuestas, y creía en ellas con tal convicción, que las derrama a través de su boca con la naturalidad de quien contesta su nombre al presentarse.

—Las esposas no tienen la necesidad de trabajar, hacer esfuerzos, levantar pesos, hacer negocios ni salir de casa más que para favorecer sus frivolidades. Pasan el día rodeadas de caprichos, teniendo la potestad de decidir el orden de su propio templo. Están protegidas de la crueldad del mundo real, y a la vez tienen la bendición de formar un hogar siendo sus propias diosas dentro de el. Cada esposa es la reina de su casa y de los suyos.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now