Capítulo 20. Amor eterno.

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Abro mis ojos lentamente. Cuando logro enfocar la vista, me doy cuenta de que estamos cerca de casa. Me quedo en mi lugar, esperando llegar. Dos minutos después, Darian ya está aparcando frente a mi casa. Me enderezo en el asiento para descubrir que el chico a mi lado me está viendo. Sin querer, bostezo.

—Ya llegamos —musita él.

Le brindo una pequeña sonrisa y asiento. Desabrocho el cinturón de seguridad, recojo mi mochila que está a mis pies y salgo del auto. Darian baja un segundo después y ambos nos encontramos en la parte trasera del vehículo. Abre el maletero y saca mi pequeña maleta.

—Gracias —murmuro.

Esta vez es su turno de esbozar una pequeña sonrisa y asentir.

—De nada —responde.

Tomo la maleta y comienzo a caminar hacia la entrada. Antes de siquiera llegar a las pequeñas escalinatas, la puerta se abre y mi papá sale a toda prisa a recibirme. Sonrío al verlo. Me abraza por la cintura, levantándome en el aire y dándome una vuelta. Dejo escapar una risa debido a eso. Cuando me baja, deja unos cuantos besos sobre mi cabello, frente y mejillas. No puedo parar de reír.

—Te he extrañado tanto —confiesa, abrazándome de vuelta.

Respiro profundo, aspirando su aroma y avisándole a todos mis sentidos que estamos en casa.

—Yo también, papá —digo en un murmullo.

Se separa de mí y toma mi rostro entre sus grandes manos. Sus ojos me escudriñan. Al no descubrir nada fuera de lo normal, su mirada se enternece, llenando mi pecho de amor. Antes de decir algo o de comenzar a llorar, levanta la vista. Le sonríe al chico detrás de nosotros y le agradece por traerme sana y salva a casa. Bajo la mirada cuando escucho su voz respondiendo. Vuelvo a tomar mi maleta y hago ademán de continuar caminando, pero mi papá me detiene, toma mi maleta y la carga.

Otra sonrisa se me escapa.

—Te tengo una sorpresa —menciona él después de cerrar la puerta.

Arqueo una ceja.

—¿De qué se trata? —inquiero.

Mi padre solo muestra una sonrisa cómplice y se encoge de hombros.

—Descúbrelo tú misma. —Es lo único que dice—. Está en la cocina.

Entorno mis ojos, no obstante, obedezco. Camino lo poco que queda para llegar a la cocina y me detengo de golpe bajo el umbral. Llevo mis manos a mi boca ante la sorpresa. Mi respiración se corta y mis ojos se llenan de lágrimas. Todo mi cuerpo se paraliza ante lo que veo.

Dios mío.

—Abuela... —musito al quitar las manos de mi boca.

Las lágrimas han vuelto mi vista borrosa. Apenas si soy capaz de notar que comienza a avanzar. Finalmente, mi cerebro parece despertar de su letargo y le ordena a mis piernas moverse, terminando así con la poca distancia que queda entre nosotras. Rodeo su cuello con mis brazos en un abrazo apretado. Cierro mis ojos, disfrutando de la sensación de tenerla entre mis brazos. Joder, cuánto la había extrañado, más de lo que creía.

A este punto, las lágrimas ya han abandonado mi rostro y se deslizan lentamente por mis mejillas. Ella suelta una pequeña risa al escucharme sollozar y comienza a acariciar mi espalda, intentando calmarme.

—Creí que lo de llorar al verme había terminado a los ocho años —acota ella con su voz suave, dulce y tan maternal.

Lloro más. Porque es la figura más cercana a una madre que he tenido. Porque me hizo falta durante todo este tiempo. Porque la necesitaba incluso antes de mudarnos a San Francisco. Porque es uno de los amores de mi vida y finalmente estamos juntas.

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