Capítulo 12. Pensamientos ridículos.

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—¿Qué haces?

Le pregunto a Maia. Hace como veinte minutos que está con su laptop, ignorándome por completo.

—Viendo las fotos de Cameron.

—¿No las tienes en tu teléfono? —cuestiono.

Si no recuerdo mal, se las envíe ayer después de descargarlas de la cámara de Ryan.

—Sí, pero en mi teléfono se ven muy pequeñas. Yo quiero apreciar bien los detalles.

Niego con la cabeza en un gesto divertido.

—Dios, niña, estás mal.

Maia despega la vista por un segundo de su laptop solo para sacarme la lengua en un gesto infantil. Yo me rio por su gesto. Ella vuelve su atención a lo que hacía, ignorándome otra vez. Tomo una de las almohadas en forma de pez que hay en su cama y comienzo a juguetear con las pequeñas aletas. El recuerdo de lo que sucedió en el centro comercial viene a mi mente y me detengo. La pregunta que me he formulado desde que lo vi vuelve a hacerse presente. ¿Era ella su novia? Una vez más ese sentimiento extraño me presiona el pecho, bajando hasta mi estómago, haciéndome sentir mal.

¿Por qué rayos me siento así?

Entonces recuerdo su mirada. La forma tan intensa en la que me veía. Recuerdo los escalofríos recorrer mi espina dorsal, y la extraña punzada en mi pecho al verla tocar su brazo. ¿Por qué me importa siquiera? Se trata de Darian, un imbécil sin modales; un demonio antipático, un odioso irritante. ¿Por qué me disgusta el hecho de saber que tiene novia? ¿Por qué carajos me importa su vida? Dios santo. Todo esto es tan confuso. Y me confunde todavía más el hecho de que ayer se portó extrañamente amable. ¿Qué le sucedió?

—¡Nia! —grita Maia desde el otro extremo de la habitación. Levanto la vista hacia ella—. ¿Qué pasa? ¿En qué planeta estás?

Sacudo levemente la cabeza después de escucharla. Dejo el pez a un lado y me concentro en ella. Le regalo una pequeña sonrisa antes de decir:

—No pasa nada.

Maia alza ambas cejas y cierra su laptop.

—¿Segura?

Vuelvo a asentir—. Segura —respondo, a la vez que le sonrío para tranquilizarla—. De hecho, pensaba que ya debería irme. Le dije a papá que estaría en casa antes de la cena.

Maia me mira con una expresión de confusión, sin embargo, asiente y no hace más preguntas.

—Muy bien, déjame acompañarte a la puerta, entonces.

Esta vez sonrío inconscientemente.

—Gracias —musito.

Ambas nos levantamos de nuestros lugares y salimos de su habitación. Bajamos en silencio las escaleras hasta llegar a la puerta principal. Maia me sonríe y extiende sus brazos para estrecharme contra ella. Sonrío y me digo a mi misma que en cuanto tenga alguna respuesta al torbellino de sentimientos asentados en mi pecho, voy a contarle. Estoy segura de que ella podrá ayudarme a descubrir este terreno desconocido.

[...]

Salgo de la ducha en cuanto escucho mi teléfono sonar constantemente. En la pantalla aparece el nombre de Maia. Tomo una toalla y seco mis manos para poder responder.

—¿Qué sucede? ¿Por qué llamas tan temprano?

Oh, hola, querida mejor amiga. Sí, yo también te extrañé todo el fin de semana. Gracias por preguntar, estoy bien, ¿cómo estás tú?

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