Capítulo 30. Helado de fresa y limón: parte 2

102 7 0
                                    


El silencio que le sigue a mi confesión es inquietante. Inmediatamente me arrepiento al verla dar un paso hacia atrás, alejándose. Demonios, he arruinado todo. Jamás debí haber abierto mi boca. ¿Qué carajos sucede conmigo? Nia termina alejándose lo suficiente. Ninguno de los dos rompe el contacto visual. Apenas soy capaz de leer sus expresiones faciales. Es como si su cerebro se hubiese apagado, dejándola completamente en modo neutro.

Tengo la sensación de que debo decir algo más, pero no sé exactamente qué es lo que debo decir.

—Lo siento —es lo único que puedo articular.

Finalmente Nia reacciona. Desvía su mirada al suelo, da media vuelta y se sienta en la cama detrás de ella. Quiero acercarme, pero una fuerza ajena a mí me mantiene anclado al suelo, atascado en el umbral del baño.

—Darian, yo... —habla ella, pero se calla al instante. Seguramente está pensando en la forma más amable de rechazarme—. Dios mío... —susurra, cubriendo su rostro con sus manos, para luego pasarla a través de su cabello.

Yo por mi parte ya comencé a hiperventilar y a sentirme culpable. En definitiva no debí haber dicho nada, ahora la he puesto en una situación difícil. Y digo difícil porque pareciera que le estuviera costando demasiado rechazarme. Es decir, ¿qué tan difícil puede ser decir un «no»?

Entonces escucho una pequeña risa, la cual me empuja fuera de mi ensimismamiento para traerme de vuelva a la realidad. Nia está riendo. ¿De qué rayos está riendo? Frunzo el ceño, totalmente confundido y me pregunto si habré pensado en voz alta. Me quedo observándola, y a pesar de que no estoy entendiendo nada, no puedo evitar admitir lo hermosa que se ve. La forma en que sus ojos se achinan debido a la gran sonrisa en su rostro. Como su pequeña nariz se arruga levemente, y lo único que quiero ahora es abrazarla. Es aplastar sus cachetes y luego darle un pequeño beso en los labios.

¡Joder! Qué cursi.

—¿Puedo saber qué es tan gracioso? —pregunto, finalmente quitándome del marco y acercándome a ella.

Nia levanta su mirada, aún con la sonrisa plasmada en el rostro. Me mira divertida, risueña; como si de pronto se hubiese convertido en una niña de cinco años.

—No creí que esto sería así —dice, cubriendo sus mejillas con sus manos.

—¿El qué? —devuelvo, confundido todavía más.

Ella se levanta de la cama y se acerca a mí. En ningún momento rompe el contacto visual.

—Esto... nosotros.

—¿A qué te refieres con nosotros?

Ella deja escapar un suspiro y sonríe todavía más.

—Darian, no sé cómo decirte esto. Me tomaste completamente desprevenida y ni siquiera me diste tiempo de pensar algo para decir —comienza—. Mira, el asunto aquí es que tú también me gustas. Te juro que fue algo que no me esperaba. Es decir, eres un odioso irritante que lo único que hacía era fastidiarme la vida, hasta que de pronto comenzaste a ser amable conmigo. Hasta que decidiste ser mi amigo. Esa otra parte de ti me terminó enganchando por completo, y yo no creí que tú también sintieras lo mismo. Y ahora, me lo confiesas, y yo no sé cómo reaccionar. No me lo esperaba, y por mucho que lo quería es... tan irreal.

Mi cerebro se toma su tiempo para procesar la información. Obviamente cuando lo comprendo deseo haber sido un poco más hábil. ¡También le gusto! ¡No!

Universo, ¿estás jugando conmigo?

Llevo ambas manos a mi boca de la sorpresa. ¿Yo le gusto? ¡No puede ser! ¡Nia me corresponde! Y de pronto quiero gritar. Mi pecho se llena de algo que justo ahora no puedo identificar y siento que en cualquier momento va a explotar. Ella vuelve a reír, obviamente divertida por mi reacción.

Dios mío, ¿qué?

Doy un paso hacia ella y tomo su rostro entre mis manos. Sus ojos verdes al instante se funden en los míos.

—¿De verdad te gusto? —pregunto, ansioso por escucharla decirlo de nuevo. Quizás solo para confirmar que mi mente no me está jugando una mala pasada.

—No, no me gustas —dice ella, y puedo jurar que le creí por un segundo, sin embargo, su sonrisa me dice que solo está jugando.

—Nia, por favor...

Ella ríe, a la vez que asiente.

—Darian, por favor, me gustas. Ya supéralo.

Y ahora lo creo de verdad. Mi cuerpo se llena de felicidad pura, y puedo asegurar que nunca antes me había sentido así de feliz, así de emocionado. Es como cuando eres pequeño y te regalan esa bicicleta que tanto querías. O esas Barbies, o lo que sea, pero finalmente lo consigues, y no puedes creértelo, pero lo ves ahí y sabes que es real, que todos tus sueños se han cumplido, y esa sensación no tiene precio.

No tiene precio poder ver sus ojos verdes. Poder sentir su suave cabello otoño entre mis dedos. Poder contemplar su enorme sonrisa. No tiene precio tenerla a ella delante de mí, correspondiendo mis sentimientos. Permitiéndome sentir como su corazón late tan rápido como el mío; como tímidamente sus dedos se aferran a mi camiseta. En definitiva no tiene precio saber que la chica que tanto quieres está queriéndote también.

Y, siendo preso de ese deseo que me nació hace ya un buen rato, me acerco más a ella, de modo que su pequeño cuerpo se pega por completo al mío. Acaricio su cabello, metiendo mis dedos entre esos bellos mechones anaranjados y aspirando el aroma de su shampoo que se desprende de él con el acto. Con delicadeza acaricio sus mejillas, y finalmente, corto la distancia entre nuestros rostros, hasta que mis labios tocan los suyos.

Puedo jurar que esto es más que estar en el maldito cielo. 

No me gustasWhere stories live. Discover now