C a p í t u l o 39: Una sonrisa al cielo.

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—¡Gia! —dice al atender. No sé si se alegra, o se aterra por mi llamada repentina—. ¿Pasó algo? ¿Estás bien? —fue un grito de alerta entonces.

—No paso nada. ¿Estas ocupada?

—No, Carl se ha ido y había decidido hacer día de limpieza. Pero cualquier cosa es mejor que eso.

Sonrío.

—¿Quieres venir conmigo al lago Fills? Tengo ganas de hacerlo, pero no quiero ir sola.

—Claro que quiero, amiga. Pasaré por ti en cuanto me prepare, ¿de acuerdo? ¿O quieres manejar tú?

—No, ven por mi.

Al cortar la llamada, subo hasta la habitación. Desde la ventana puedo ver mi auto, Randall pudo alcanzarlo hasta aquí un día después del accidente, y desde entonces, no lo he encendido, ni tampoco me he subido. No me atrevo, fue el último lugar donde Steven estaba conmigo, y es por eso que no puedo.

Mi padre, cada vez que viene, lo enciende. Dice que puede ser muy malo para un auto si no se enciende por días, o semanas. A decir verdad, no es algo que me importe, aún así, acepto su ayuda.

El maullido de Penélope capta mi atención, y cuando volteo, la veo sentada sobre la cama.

—No voy a tardar, te lo prometo. Además, Will llegará pronto —acaricio su cabeza—. Puedo traerte atún al volver —me siento a su lado y ronronea—. ¡Si? Eso te gustaría, ¿verdad? —sonrío.

Escucho el claxon de Lisa, así que me despido de Penélope, cojo mi abrigo y salgo de la casa. Cuando me subo al auto, mi mejor amiga me rodea fuerte con sus brazos, y agradezco que no opine sobre mi delgadez, ni tampoco sobre mi vestimenta. Lo único puesto que llevo mío son las zapatillas, y la ropa interior. El pantalón de algodón negro, la camisa a cuadros roja, y el cardigan gris, son de Steven.

Mi madre si ha opinado al respecto, y sé que no lo ha hecho con malas intenciones, pero aún así, su comentario no me cayó muy bien que digamos. Por suerte estaban mi padre y Will para hacerle entender que son mis tiempos, y decisiones. Will dijo que no hay nada de malo en lo que hago, y lo agradecí, estaba empezando a convencerme de que había enloquecido.

En el trayecto, le escribo a mi hermano, le aviso que salí con Lisa, y se alegra por eso. Tanto que tiene ganas de cocinar esta noche.

—¿Quieres quedarte a cenar luego? —le pregunto a Lisa—. Will cocinará.

—¿En serio?

—Ha estado viendo algunas recetas, y soy su conejillo de indias.

Se ríe.

—Me gustaría sumarme al club de conejillos.

—Dile a Carl que venga.

—Se lo diré.

Suspiro.

—Cuando no estoy sola puedo comer bien, ¿sabes?

—Me alegra oír eso, amiga. Y también me ha alegrado tu llamado.

—He pagado una de mis deudas —digo y se ríe—. Luego debo ponerme al día con las otras dos.

—Creí que ya lo habías hecho, hace rato.

—No está tan mal. Sin embargo, no lo volveré a hacer. Menos ahora que no estoy trabajando. Por suerte tengo ahorros.

—Sabes que si necesitas dinero, puedes pedirme, ¿cierto?

—Sí, lo sé. Randall me ha dicho lo mismo. Pero estoy bien, gracias de todos modos.

Lisa me mira y sonríe. Sus ojos se llenan de lágrimas, y cuando frunzo el ceño, niega con la cabeza sin dejar de sonreír.

Como estrella fugazWhere stories live. Discover now