C a p í t u l o 35: Ser fuerte.

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Abro los ojos, me encuentro rodeada de paredes blancas. El olor tan característico del hospital pasa por mis fosas nasales, y es así como llego a comprender que nada de lo vivido en las últimas horas fue una pesadilla.

Estoy recostada en una camilla, y a mi lado, está la mujer que se desplomó en el suelo ante la mención de un nombre que mucho significa para ella. Está dormida, profundamente, y la joven que la acompaña la observa con la mirada perdida.

Dejo de verlas cuando alguien vestido de blanco interrumpe mi vista. Alzo la mirada y me encuentro con el doctor que me dió la noticia.

—Tus signos vitales están muy bien —me informa—. Sólo has pasado por un estado de shock. Puedes irte a casa en cuanto lo desees —camina hacia la puerta, pero detiene sus pasos, gira sobre sí mismo, y me observa una vez más—. En verdad lo siento.

Y desaparece. En cuanto la puerta se cierra tras su salida, vuelve a abrirse y mis padres se hacen presentes. Me hablan en susurros, debido a la mujer a mi lado, pero no respondo a nada de lo que me dicen. No tengo ganas de hablar. Si les llego a decir de que tengo ganas, probablemente les rompería el corazón, y no quiero eso.

Entonces pienso en los padres de Steven, y cuando creí que nada más podía venirse cuesta abajo, tal pensamiento me hace sentir todo lo contrario.

—¿Ya lo saben ellos? —pregunto, con un nudo en mi garganta—. Sus padres...

La pregunta les causa todo lo mismo que a mí me pasó al hacerla, al pensarla. Mi padre asiente.

—Lisa los ha llamado —responde. Me comenta también que vienen un poco atrasados debido a la tardanza del tren. Pero ya están en camino, viajando con la peor noticia como compañía.

Dios. Nora y Ross. Su único hijo. Mi dolor es nulo al lado de todo lo que ellos están pasando en estos momentos. No veo la hora de verlos, de abrazarlos fuerte, de acompañarlos con mi intento de fortaleza, por ellos.

—¿Puedo verlo? —pregunto aunque sé la respuesta que voy a recibir.

Mis padres se miran, mamá empieza a sollozar, y es mi padre quien niega con la cabeza.

—Lo siento, cariño, pero no —mis ojos se llenan de lágrimas. Es injusto. Papá me explica los motivos, pero sigo creyendo que es injusto. Entonces, cuando me dice que voy a poder verlo luego, en el funeral, decido cerrar mis oídos. Me pierdo en mi mente, en mis pensamientos. No soy capaz de comprender eso. ¿En el funeral? ¡No! Yo tendría que verlo en el restaurante.

Mi padre, en cuanto se da cuenta de que sus palabras me golpearon, cierra los ojos y apoya su frente sobre mi mano.

—Por Dios, lo siento —dice.

No es su culpa, sé que es la realidad. Pero la muy maldita duele, mucho.

—Quiero irme —digo, y cuando intento levantarme, ambos me ayudan.

Como estrella fugazजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें