C a p í t u l o 37: El deseo de la estrella.

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—Hola, soy Steven Fry, y no me dejes ningún mensaje

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—Hola, soy Steven Fry, y no me dejes ningún mensaje. No lo voy a escuchar. Escríbeme, luego te llamo.

Corto la llamada, y vuelvo a marcar su número. Vuelvo a escuchar su voz, y la sensación de compañía se hace más presente que el escalofrío.

Una lágrima desciende por mi rostro, la seco con rapidez, y vuelvo a llamar. Puede verse como una tortura para alguien más, pero para mí, es sentir que está aquí conmigo.

Hasta que dejo de hacerlo, y cuando eso pasa, pongo mis ojos en el techo de su habitación.

Sí, aún estoy aquí, y mis cosas también se encuentran en la casa. Me he comunicado con la encargada de bienes raíces, con la mujer que le vendió la casa en su momento. Y no hay problema, puedo quedarme aquí. La mujer lamento mi pérdida, y luego me comentó que puedo poner la casa a mi nombre. Pero no puedo pensar en eso, y tal vez nunca pueda hacerlo. Además, es algo que no me corresponde a mí, en todo caso los que deciden son Nora y Ross. Y, a decir verdad, fueron los únicos que no se me pusieron en contra, me han apoyado con la decisión sin queja alguna. Nora dijo que valoraba mi fortaleza por eso.

Por parte de mis padres y Lisa, fue más que nada escuchar palabras repletas de preocupación, y otras con pizcas de que esto es una locura. Pero, al verme tan decidida, y tan en marcha para que eso suceda, no volvieron a opinar.

Estoy rodeada de sus cosas, y de nuestras memorias. Siento que aquí es mi hogar, y si lo siento como tal, aún en su ausencia, sé que voy a estar bien.

Penélope entra a la habitación, está llorando. Me pongo enseguida de pie, la llamo, pero me ignora. La veo llorar por todos los rincones, se sube a la cama, olfatea, y lanza un llanto inexplicable.

Oh no, lo está notando.

—Tranquila, yo estoy aquí —quiero alzarla, pero no deja que lo haga. Salta de la cama, y sale de la habitación. Así que la sigo, y a medida que avanza por la casa, su llanto se vuelve más y más torturador.

Hasta que deja de buscar, y deja también de llorar. Pero, cuando se acuesta al lado de los instrumentos de Steven, la que llora soy yo.

Busco una manta, la que más lleva su aroma, y la arropo con eso. Parece sentirse más cómoda, y tranquila. Y vaya que la entiendo demasiado, estoy vistiendo una chamarra que también huele a él.

Cuando entro a la cocina, y veo su plato de comida repleto, comienzo a preocuparme. Ni siquiera veo rastros de que haya tomado agua. Siempre que bebe agua, salpica un poco al exterior del tarro, pero ahora no hay gotas de agua a su alrededor.

Realmente espero que, al despertar, su apetito vuelva a abrirse.




A la mañana siguiente, el plato de comida sigue lleno, y Penélope no se ha levantado de donde la dejé.

Como estrella fugazWhere stories live. Discover now