C a p í t u l o 32: ¿Qué haría yo sin ti?

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La noche avanza, la música también. Afuera las personas comienzan a irse, cada uno a sus casas, todos a dormir para descansar y luego dar inicio a una nueva semana.

Y aquí, en el auto, nosotros creamos nuestro propio mundo, nuestras propias reglas. Mientras la ciudad duerme, Steven y yo nos reímos, nos sonreímos, nos besamos. Y hablamos de todo, desde cosas normales a cosas fuera de lo normal, como dar nuestras opiniones acerca de mundos paralelos, aliens, y decir qué pensamos acerca de si la reina Isabel es o no un lagarto.

Hasta que menciono sobre la teoría de que nos escuchan, me asusto y Steven se ríe. Pero, por suerte, dejamos el tema. No vaya a ser cosa que nos vengan a buscar por hablar así de la reina, y demás gente del poder.

Steven se sigue riendo de eso que pienso, y su risa es tan hermosa que jamás me cansaría de escucharla. Así que vuelvo a hacer una broma respecto al tema, y vuelve a estallar en una carcajada.

—¿Vamos a hablar de Mils? —le pregunto cuando las risas cesan.

—No hay nada que hablar, no hasta el día de la entrevista.

—Lo sé, pero hablemos de que creí que te iba a tomar tiempo avanzar luego de lo que pasó.

Suspira, sus ojos se encuentran en la tranquila noche. Se detiene en sus pensamientos, y temo por haber tocado algo que no debía. Estoy a punto de hablar, de disculparme, cuando Steven me mira y niega con la cabeza.

—No es el primer no que recibo —dice—. Aunque bueno, admito que fue el que más me desilusionó, el que más dolió. Pero era o seguir molesto por eso, o buscar nuevas alternativas. Y la idea de quedarme estancado en el enojo no me resultaba ser algo bueno, ni mucho menos propio de mí.

Sonrío.

—Me gusta escuchar eso. Realmente espero que Mils sea tu lugar.

—Si no resulta ser así, ya tengo un plan B.

—¿Cuál?

—Dar a conocer mis ideas, de una manera u otra. Si el mundo no tiene un lugar para mí en lo que respecta a la cocina, lo crearé yo mismo. Como lo hice con la música.

—¿Te han rechazado por eso?

—No, no he ido a ninguna escuela, aprendí del mejor ¿recuerdas? —asiento—. Pero si me han dicho que no podía vivir de la música. Realmente no sé que tienen en contra todo, y todos, con los artistas. Y al mundo le hace mucha falta eso. ¿Tienes idea de cuantas voces hermosas no conocemos, Gia? Uno de mis alumnos canta increíble, y sólo yo tengo idea de eso —suspira—. He recibido muchas trabas, y las he escuchado, es por eso que trabajé en lugares que poco feliz me hicieron. Hasta que me harté de seguir al resto, quise hacer la diferencia de los rechazos que recibí. Costó, por supuesto, pero no me rendí. Pude contra todo. Y aquí estoy, dando clases, siendo feliz con eso, con mis alumnos. Encontré mi lugar después de todo.

Sonrío, entrelazo su mano con la mía, y cuando me mira, extiendo mi sonrisa.

—Eres increíble, Steven Fry. Todos deberíamos aprender más de ti, creo. O al menos yo.

—¿Por qué lo dices?

Me encojo de hombros.

—Me he dedicado por años a corregir historias, a leer a otros —suspiro, y aquel pensamiento que tanto estuve evitando, se hace presente—. ¿Y si lo que escribo no es bueno? No tienes idea de cuánto talento he encontrado en la editorial, ¿y si no soy tan buena como ellos?

—Primer error, no te compares con nadie —me señala con su dedo índice—. Todos aquí somos distintos, más en lo que hacemos, en los que nos gusta. Sé que afuera hay buenos músicos, mejores que yo, y que bueno que así sea. Pero no me comparo, jamás lo hice. Soy yo, Steven Fry y con eso basta. Hago lo mío, a mi manera, y con eso soy feliz. Y tú, eres Gia Beckman, con tu esencia, tu forma de ser, con todo lo que te representa. Eres única, no hay otra como tú. Entonces, no te compares. Jamás.

Como estrella fugazWhere stories live. Discover now