Begonias

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Esto ocurre poco tiempo después del segundo epílogo.

Begonias

En uno de los laboratorios de Nyx, dos magos adultos conversaban sobre animales metamorfos y una investigación pendiente que tenían que terminar. En el patio, unos niños probaban la nueva escoba del mercado, una Storm 3000, negra, con cambios de velocidad, y una serie de protecciones para los más pequeños. Era la escoba perfecta. El problema fue quien la manejaba y sus intentos por copiar una maniobra inventada por Teddy Black-Lupin, quien era igual de habilidoso que imprudente.

Al niño que conducía la escoba le faltaba práctica para tener su destreza y le sobraba sensatez, así que cuando empezaron a caer en picada, a una velocidad imposible de controlar, y supo que se estrellarían, saltó, llevándose a su hermanito consigo. Las protecciones antes instaladas los atajaron en el aire y los depositaron en el suelo, mientras la Storm 3000 chocaba contra el jardín de uno de sus padres y arrasaba con un conjunto de arbustos.

—Ares —musitó Orión, muy, muy bajito, observando su desastre—, ahora  estamos en problemas.

Antares asintió, lento, al tiempo que su cabello se tornaba de un negro opaco y sus ojos perdían color.

Cuando los dos magos alcanzaron el patio, los niños estaban de pie uno junto al otro, con las manos tras la espalda e idénticas expresiones de culpa. Harry se detuvo en cuanto divisó lo que le hicieron al jardín. Se le escapó una maldición que esperaba que a sus hijos no se les ocurriese repetir.

Draco se había quedado por completo inmóvil, a unos pasos de los chicos y del jardín arruinado.

El mismo jardín donde estaba el laberinto de rosas que sembró antes de que se casaran. Y el mismo jardín donde se encontraban sus arbustos de begonias. Cuando se hizo obvio que no pararían de crecer por el tipo de promesa que llevaban, Pansy lo ayudó a trasplantarlas al centro del jardín; les pusieron sus colgantes con los pétalos en un tallo, los amarraron bien, y ambos arbustos siguieron creciendo fuera del terrario, a un tamaño que jamás tendrían por sí solos, en su estado natural.

En ese instante, los rosales abrían un camino más o menos recto de tallos aplastados y flores arruinadas, por donde la escoba trazó su descenso. Sin embargo, no era lo peor. No. Lo peor era que la escoba hubiese quedado atorada en uno de los arbustos de begonias, que arrancó de raíz al intentar soltarse, y hubiese derribado el otro.

Draco le había puesto a su pequeño jardín todo tipo de barreras, excepto para sus hijos. Antares adoraba escuchar la historia de las begonias, y a Orión le gustaba estudiar en los rosales. La escoba sólo logró pasar porque la manejaba uno de ellos.

Harry estaba seguro de que reaccionaría cuando su mente hubiese terminado de asimilarlo, así que sujetó los brazos de ambos niños y les indicó que volviesen dentro.

—Lo sentimos —balbuceó Antares, con los ojos llenos de lágrimas—. Perdón, papá...

Orión se mordió el labio con fuerza y desvió la mirada, apenas Harry lo vio. Él suspiró, se agachó, y se aseguró de que los dos estuviesen bien. Le limpió las lágrimas a Antares, le besó la cabeza, y revolvió el cabello del mayor, pidiéndole que llevase a su hermanito dentro. Tras unos segundos, Orión arrastró a Antares hacia la casa, pese a sus protestas y pucheros.

Draco seguía paralizado. Apenas movía los ojos para ver el desastre provocado por la escoba. Cuando Harry se colocó a su lado, boqueó por un segundo, y le preguntó si los niños estaban bien.

—Sí, no te preocupes. Las protecciones evitaron que se lastimaran.

Su esposo asintió, despacio. Poco a poco, pareció entender lo que veía, porque apretó los labios y bajó la mirada. Harry le ofreció los brazos y Draco estuvo estrechándolo en cuestión de un parpadeo.

Rayo de solWhere stories live. Discover now