Quidditch

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Este abarca el durante y después de la historia.

Quidditch

Para Ginny, el amor es como el Quidditch.

Todos tienen diferentes formas de jugarlo.

—¿...eso está bien?

—Claro que sí —respondió Luna, con su usual tono suave, mientras colocaba otra flor en el interior del vial—. Son muy bonitas, ¿no crees?

Ginny asintió, dubitativa. Sí, claro, las flores eran preciosas. Hacían del laboratorio un lugar más lindo y contentaban a Luna, que tenía una sonrisita al verlas.

No estaba segura de que le gustasen tanto al profesor Snape.

—Señorita Lovegood —masculló, entre dientes, parándose frente a la mesa que compartían—. ¿Qué se supone que está haciendo?

Luna levantó la mirada hacia él, sin alterar su expresión.

—Le pongo flores a los viales —Luna le ofreció uno, sonriéndole.

Ginny temió que tendría que meterse en el camino de una maldición.

—¿Y la poción que les pedí hace más de media hora? —exigió el profesor, tenso. Luna musitó un débil "oh", rebuscó entre las flores, y le tendió otro vial "decorado", lleno de una solución plateada. Y para pesar de Snape, perfecta.

No tuvo más opción que darles una nota decente.

Y diferentes formas de darse cuenta. Puede ser sutil como una snitch, fácil de prever como el lanzamiento de una Quaffle. O tan sorpresivo como el impacto de una bludger.

—...pones las manos aquí, te sujetas bien y...

Se suponía que Ginny le enseñaba a jugar Quidditch a las demás chicas de su año, aquellas que no sabían y les interesaba, aunque no fuese para entrar a los equipos de sus Casas. Le pidió a Luna que las acompañase porque faltaba una. Jamás se le habría ocurrido subirla a una escoba de otro modo.

Y con buenas razones.

Luna ya estaba sentada sobre la escoba, elevada un metro en el aire. Ginny, parada detrás, la guiaba en cómo colocar las manos y sujetarse. En un instante, la escoba salía despedida, tirando a Ginny al césped, y empezaba un veloz ascenso en vertical, fuera de control.

La Ravenclaw gritó al perder el equilibrio. Ginny lanzó el primer hechizo que se le ocurrió para suavizar la caída, se levantó y corrió en su dirección. Luna fue una figura pequeña que golpeó el suelo y rodó por el campo, mientras su mente sólo se llenaba de "nononono" y "MerlínMerlínMerlín".

Se agachó a su lado, manteniendo apartadas a las demás chicas, y comprobó que no tuviese heridas. Sujetó sus brazos, las manos, el rostro. Luna parpadeó hacia ella, un poco aturdida.

—Oh —susurró—, lo siento, Gin. Creo que no tengo mucho equilibrio. Pero fue divertido volar —aclaró Luna, con una sonrisita.

Ginny se empezó a reír, incrédula, y la tiró sobre el césped de nuevo al abrazarla.

Estar al lado de esa persona es igual que ganar un partido.

—...tendrían que alinearse los planetas para que pueda verse así —concluyó Luna, más concentrada en trenzarle el cabello con flores, que en la respuesta que le daba.

Ginny lo agregó a su informe de Astronomía, se mantuvo quieta para que pudiese terminar con su cabello, y suspiró cuando le avisó que ya estaba. Luna, parada detrás de ella, levitó un espejo en su dirección para que pudiese observar ambas trenzas con ramitas y flores de por medio.

—¡Ah! —Luna se bajó del banquillo de un salto, buscó su bolso y hurgó dentro—. Hice esto para ti. Evitará que los trinondes voladores te molesten en el partido y te va a dar suerte para que ganen...

Le extendió uno de sus collares de piedras y objetos diminutos y extraños. Ginny le sonrió, enternecida, y se lo colocó, sin importar lo raro que se viese.

—Gracias, Luna —Ginny también bajó del taburete. Seguro que tendría que quitarse las flores para el partido, aunque conservaría las trenzas; hasta entonces, las luciría feliz y pensaría en cómo usar el colgante sobre el uniforme, sin ahorcarse a mitad del juego.

A Luna se le iluminaba el rostro cada vez que le agradecía por sus collares. Eso la contentaba también a ella. Apenas entendía cómo se hizo amiga de alguien tan dulce.

Una hora más tarde, alrededor del campo de Quidditch, Ginny batallaba con el collar para que no la estrangulase al jugar, y Ron hacía una pausa de desearle suerte contra los Slytherin.

—¿Por qué no sólo te lo quitas? —preguntó su tonto hermano. Ella le frunció el ceño.

—Me lo dio Luna.

Ron la observó con una expresión de absoluta incomprensión, que la hizo resoplar.

—Por esas cosas es que nadie te quiere, Ron —aclaró, meneando la cabeza. Ignoró sus protestas, porque acababa de descubrir que existía un modo de convertir el collar en un dibujo sobre su piel; así podía jugar con este, y Luna vería que lo utilizó.

Y cuando hubiese ganado, la invitaría a salir en "agradecimiento" por el amuleto de buena suerte. Sonaba a un excelente plan.

Rayo de solOnde as histórias ganham vida. Descobre agora