Cuenta-cuentos

4.7K 808 360
                                    

Cuenta-cuentos

1986

Otro recuerdo perdido.

Draco todavía tenía seis años y estaba más concentrado en intentar quitarle a Jacint su gorro de Durmstrang, que en lo que este le decía, esquivando sus pequeñas manos, mientras llevaba a cabo la agotadora tarea de evitar que un niño curioso se cayese de la orilla de la cama en que se encontraban sentados. Ya se había caído una vez esa noche.

Pansy dormía, tendida sobre los almohadones de Draco. Aunque las puntas de su cabello se enroscaban cada poco tiempo, se cubría con una de las cobijas más gruesas y lucía tan tranquila como nunca habría estado sola. Podía sentirlos ahí, incluso con los ojos cerrados e inconsciente; claro que ninguno de los dos lo sabía entonces.

—¿Vas a dejar que termine de leerte? —Jacint le sujetó ambos brazos con una mano y agitó el libro de cuentos mágicos que tenía en la otra. Draco se retorció, en vano—. Draco, por Merlín...

—Es que me aburre —protestó, pucheros incluidos. Él suspiró y dejó el libro a un lado. Cuando se agachó, le dio la oportunidad perfecta de quitarle el gorro.

Draco le mostró una sonrisa enorme al colocárselo. Jacint negó, ahogando la risa.

Debió ser en ese momento cuando se le ocurrió.

—¿Sabes por qué te aburren estos cuentos? —dio un vistazo hacia atrás, para asegurarse de que su hermana aún estaba tranquila. Luego se inclinó más cerca, con un aire confidente que Draco pretendió replicar, sin éxito—. Te los leyeron mil veces y ya te los sabes de memoria, Draco, por eso te aburres.

Él asintió. Tenía razón. Podía recitar algunos, si se lo proponía.

—¿Y sabes cómo se arregla eso? —negó. Jacint le sujetó la cabeza, deslizando los dedos bajo la piel del gorro, para moverle el cabello, sin quitárselo. El niño ahogó un quejido—. Usando esta cabecita llena de ideas para hacer tus propios cuentos.

—¿Qué? —Draco arrugó el entrecejo, alzando los brazos para sostenerle las muñecas y que se detuviese. Jacint asintió, solemne.

—Inventa un cuento, seguro consigues algo que te guste más que esos viejos y feos —le dirigió una falsa mirada despectiva al libro de cuentos—. Intenta.

Si Draco no hubiese estado tan intrigado por la idea, o se hubiese detenido a considerarlo mejor, puede que se hubiese percatado de que era un intento de Jacint por hacerlo hablar más. También puede que no lo hubiese notado de cualquier modo, quién sabe; a uno se le escapaban cientos de detalles a los seis años.

—¿Cómo?

Él se encogió de hombros.

—Como quieras, como más te guste. Eso es lo mejor de que seas tú el que se invente el cuento. ¡Es como gobernar tu mundo!

Al pequeño Draco le gustaba lo que comprendía del término "gobernar" (básicamente, mandar mucho, mandar seguido, según él).

—¿Y cómo empiezo?

Jacint emitió un breve "hm". Le sacó el gorro, despacio, y lo hizo girar en sus manos, en el espacio entre ambos.

—¿Cuál es la historia de este gorro?

Draco parpadeó, aturdido.

—Es de Dustrang...

—Sí —él rodó los ojos, divertido—, ¿pero qué más? ¿Qué hace? ¿Cómo lo conseguí? ¿Se lo robé a alguien? —hizo una dramática expresión de sorpresa, sacándole una carcajada a Draco.

—Tú no robas.

—¿Entonces qué hice? ¿Me lo gané en un duelo?

El niño vaciló. Las ideas se formaban en su mente, borrosas, distantes. Tenía la impresión de que, para convertirlas en palabras, primero debían superar ese frío instalado en su estómago de forma permanente.

Jacint le colocó el gorro otra vez, con cuidado, acomodándole el cabello a los lados. Ayudaba a su hermanita a peinarse, así que era de esperarse que tuviese paciencia para esos temas.

—¿Y bien? —insistió, en tono más suave—. Estoy esperando mi cuento.

Pensó en decirle que él iba a Durmstrang, incluso si estaba tomándose un año de "descanso". Estaría de vuelta el siguiente período y era muy grande para cuentos.

No lo hizo. Jacint asintió cuando lo observó, infundiéndole confianza.

Respiró profundo.

—Creo que tuviste que ganártelo.

—¿Y cómo lo hice? ¿Fue difícil? —Draco asintió—. Dime más.

—Fue- —Titubeó, apretando los labios—. Fue como...las pruebas de Hércules.

—Me gusta la comparación con un semidiós —Jacint se rio, asintiendo—. ¿Qué más? ¿Cuántas fueron?

Draco levantó ambas manos, enseñándole ocho deditos pálidos en alto. Jacint meneó la cabeza, le sostuvo las muñecas e hizo que bajase los brazos.

—Palabras, Draco. Los efectos se hacen para acompañar a las palabras.

Tuvo que tragar en seco. No sabía, por lo joven que era, que lo que sentía se podía definir como vértigo.

—Fueron ocho —musitó. Jacint asintió, alentador—, ocho pruebas muy, muy, muy, muy, muy difíciles...

Cuando Pansy se despertó, un entusiasmado Draco saltó a un lado de ella, quitándole una almohada, y empezó a hacerle un resumen del que sería el primero de sus cuentos. Su mejor amiga lo aplaudió, sonriendo, y pidió otro.

Rayo de solWhere stories live. Discover now