Capítulo 13: Mantén tus recuerdos lejos

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Obedecí lo que decía en silencio, terminé de comer y me apresuré a ducharme aunque no tuviera idea de lo que iba a ponerme después.

En el cuarto de baño de la princesa no había una tina de piedra incorporada al suelo como la que tuve en la alcoba que Orión dispuso para mí, solo una de cerámica detrás de una pantalla doblada como un acordeón, casi de mi misma altura. Me desvestí por completo y sumergí toda mi palidez llena de nervios y sudor, primero restregando cada parte de mi cuerpo con la esponja más rústica que conseguí hasta casi borrarme la identidad de la piel, luego perdiéndome, aguantando la respiración, sumergida hasta los párpados, en el calor y la espuma de aquel baño.

Al salir, envuelta en una de las toallas perfumadas que conseguí en el cuarto de baño, descubrí que había pasado tanto tiempo dentro que la princesa ya estaba casi lista.

Me acerqué a Shaula por la espalda mientras se observaba de pie en el espejo, intentando no alertarla ni interrumpir su ritual. Iba vestida con el ropaje de las nobles de Baham, aquel vestido atípico formado de un entresijo de telas vaporosas cruzadas, que en esa ocasión combinaban el color salmón con el naranja; incluía un cinturón de oro que marcaba su figura y dejaba a sus gloriosas caderas lucirse, y en sus muñecas, con el mismo material, portaba dos brazaletes gemelos de serpientes del desierto que se enroscaban hasta más arriba de la mitad de sus antebrazos. Me dejó anonadada, no solo por lo detallados de aquellos adornos del que se podían contar las escamas y las grietas de la piel grabada en oro, sino por su significado.

El nombre de la estrella “Baham” significa “buena suerte”, y si bien es una estrella perteneciente a otra constelación, en la mitología Áraga aquella estrella se revelaba contra las suyas y formaba su propio espacio en el cielo. Se dice que dotó de su suerte otras estrellas menores y desdichadas haciéndolas brillar con fuerza bajo su nombre, convirtiéndose al fin en su propia constelación con forma de serpiente alada. Ese hecho no se había comprobado por ningún astrólogo vivo, por lo que no se dejaba de considerar un cuento para niños, pero para los creyentes existía una profecía, la profecía de una guerrera que haría en la tierra lo que Baham hizo en los cielos. Una guerrera que sería reconocida por el símbolo de la serpiente alada.

Era para mí una maravilla, y un horror a la vez, presenciar con mis ojos tal desafío, que la princesa escorpión portara el símbolo de una rebelión, aunque mitológica, en la casa de su padre.

Al girarse advertí su collar de piedras de jade encerradas en anillos dorados que le bordeaba el cuello haciéndola parecer una joya en sí misma, además de los pendientes a juego en sus orejas, al igual que el colgante del adorno a mitad de su frente. Y al final, la tela color durazno que cubría su hermosa cabellera y parte de su rostro, dejando sus ojos sombreados con una mezcla de colores tierra que le daba más intensidad a su mirada, si es que eso era posible.

—Ven —me dijo—. Es hora de peinarte.

Me senté frente a su espejo sin protestar.

—¿Cómo era tu madre? Además de preciosa —pregunté mientras el cepillo rastrillaba mi cráneo y sus dedos las hebras de mi cabello. Su perfume me estaba drogando, no olía a ninguna fragancia de Ara y no tenía que preguntar para saber que provenía de su tierra.

—Solo con que preguntaras eso, quitando protagonismo al atributo físico, ya me agradas.

Sin embargo, no respondió mi pregunta.

—¿No te molesta ser tú la princesa y tener que peinarme a mí?

—Me molestan muchas cosas de la vida, y esta no es una de ellas. He de suponer que si no sabes peinarte tú misma siendo mujer, has estado ocupada aprendiendo otras cosas.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now