EPÍLOGO

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Dos meses después... Tras el Elite Way School

Narra Marizza

Después del Elite todo cambió.

Cada uno tomó su destino, su propio rumbo. 

Comenzaron a planear un futuro incierto que a tientas iban a intentar alcanzar. Algunos irían a la facultad, otros optaban por otros modelos menos superiores para obtener la carrera profesional que anhelaban.

Todos dibujaban los primeros trazos de lo que seria el proyecto de su vida.

Yo, en cambio, decidí una vez más alejarme. Darme un tiempo. Un tiempo que no tenía fecha de caducidad. 

Necesitaba pensar y reflexionar sobre mis pasos, mis futuros pasos. Sobre las decisiones que iba a adoptar. No se trataba de decisiones de acuerdo a mi futura vida profesional. Eso no me importaba en absoluto. La tenía clara. Mi meta era la música y llegar a lo más alto posible gracias a ella.

Se trataba sobre Pablo.

Dos meses habían pasado desde aquella llamada. Dos meses sin escuchar su voz. Meses sin saber su paradero, sin tener ni una sola noticia de él.

Manuel quiso cumplir con su promesa en ir a buscarlo, pero no era tan fácil. No teníamos ni un solo indicio de cómo conseguir su paradero. Sabíamos que estaba en Londres, ya lo contó Javier en el plan que armé junto a  Guido y Tomás. Pero ya no supimos más. No teníamos a nadie que nos ayudara. Paula seguía en la cárcel y Javier desapareció.

La angustia me atormentaba cada día. Por eso, necesitaba darme un tiempo y alejarme. Vivir en un lugar que me brindara la paz suficiente para reflexionar y meditar.

Me fui a Bariloche. Con mi viejo. Un lugar que siempre amé y que sentí desde el primer momento como mi segundo hogar. La proximidad de la naturaleza me permitía admirar y disfrutar de la sencillez del paisaje y de la naturalidad de las cosas. Ese paisaje me brindaba la paz que ansiaba. Una paz que en los últimos meses  brillaba por su ausencia. Vivía traumada por el miedo de no volver a ver a Pablo. Vivía traumada pensando que, en algún momento, Sergio y Felipe volvieran... Era una pesadilla a la que se me  hacia muy difícil salir. 

Como cada atardecer, visité el mirador en Circuito Chico. Un lugar muy especial  para mí desde que lo visité la última vez junto a Pablo . Un lugar que se hizo nuestro.Que nos permitió poder ser nosotros mismos. Amarnos sin miedos. Por eso me gustaba visitarlo cada día en cada atardecer. Era el único momento del día que me sentía bien. Lo sentía cerca de mí. Sentía que estaba más cerca de Pablo.

Me aproximé hasta la barandilla que se interponía como seguridad a aquel acantilado que se abría ante la majestuosa arboleda. Me senté en un pequeño banquito de manera y disfruté de los colores cálidos que teñían el paisaje. Cerré los ojos e inspiré con fuerza notando aún el calor suave de los últimos rayos del sol en mi rostro. Los pájaros alzaban el vuelo buscando un lugar acogedor para pasar la noche y la sutil brisa permitía que mis pulmones se hinchase de aquel aire tan puro. 

La luz brillante del atardecer se hizo menos tenue y de a poco el sol se escondía tras el horizonte. Abrí los ojos con una sonrisa. La sensación de paz que me transmitía aquel momento llegaba a ser mágica.

Hice ademán de levantarme, pero algo hizo desistir aquel movimiento. 

A un lado, una pequeña caja azul descansaba en el mismo banco donde estaba sentada. En su tapa, un letrero con mi nombre me confirmaba que era de mi posesión. Miré a mi alrededor intentando buscar la coherencia a esto que no sabía ni cómo ni cuando había llegado hasta ahí. 

Elite Way School 5º AñoWhere stories live. Discover now