Capítulo 63. "Tres no son multitud (II)"

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Hola a todo el mundo

Continuamos con el capitulo y su segunda parte. Millones de gracias por todos los comentarios y el apoyo. Espero que os guste. 

Un besazo enorme y cuidaros

Nos leemos mañana en un nuevo capi. 

MUACKKK

❤❤❤❤❤❤❤



CAPÍTULO 63 (II)


- Pero, ¿Qué hago yo acá? – se quejó Marizza cruzada de brazos. Estaban en el muelle. Miraba a su alrededor. El lugar estaba a rebosar y una multitud de familias y parejas enamoradas paseaban. - ¿Quién me manda a mí pasar un domingo con los muñecos de una torta de boda? – dijo refiriéndose a la pareja de Manuel y Mía.

- Eh, relájate que a mí no me gusta nada compartir mi domingo con vos – le aclaró Mía. – Manuel, ¿qué hacemos acá parados?

- Estamos esperando... - contestó inseguro. Marizza comenzó a mover su pierna derecha con nerviosismo. – Dejenmelo a mí. - pidió

- Y Luján sola en casa. – recordó Marizza con lástima – Yo me voy a casa – se dispuso a irse, pero Manuel la agarró del brazo

- Vos te quedas acá porque me lo prometiste – le advirtió Manuel.

Marizza se soltó de mala gana de su agarre. Miró de reojo cuando sonó el celular de Manuel. Él se apartó de las chicas para atenderlo. Ambas se miraron de mala gana

- Marizza deberíamos hacer un esfuerzo y hacernos el aguante... Al menos hoy. – sugirió Mía. – Acabo de amigarme con Manuel y quiero pasarla bien. No es difícil.

- Tenes razón – admitió – Solo por hoy, eh. Mañana seguimos bardeándonos como siempre. – le aviso.

- Está bien – sonrió la rubia. – Gracias.

Manuel se acercó a ellas una vez que colgó su llamado.

- Eh, vamos. Os tengo una sorpresa

Mía sonrió y se agarró al brazo de Manuel de manera cariñosa. Marizza les seguía desde atrás con una mirada desaprobatoria. El día se le iba a hacer bastante largo.

Paseaban por el sector de yates. La pareja comentaba cada uno de los navíos mientras que Marizza andaba tras ellos con poco interés.

- Llegamos. – avisó Manuel.

Se pararon frente a uno de los navíos. En uno de los costados se podía leer el nombre del barco "Bella Mora". Marizza al leer aquel nombre, dibujó en su rostro una mueca de asco. "Que feo nombre. ¿No habría otro nombre para poner a un barco?", pensaba ella.

En la entrada, un enorme letrero les daba la bienvenida. Seguido de un "te amo". Mía se emocionó por aquella sorpresa y besó a su amado con dulzura.

Marizza, que les seguía de lejos, resopló cansada de la actitud amorosa de la pareja y los chillidos de Mía. Era insoportable.

- ¿Te gusta? – preguntó ilusionado Manuel.

- Es re lindo. Re romántico – dijo Mía con un brillo especial en los ojos. – Es perfecto.

Un camarero se les acercó con una bandeja de cuatro copas y champán que ofreció a la pareja. Una vez que agarraron su copa, entraron en el navío.

Marizza no iba a soportar estar en aquella cita viendo cómo se besuqueaban y se juraban amor eterno esos dos. Hasta ahí había llegado su aguante. Además, no se percatarían de que se había marchado. Estaban lo suficientemente entretenidos para darse cuenta que la colorada no estaba.

Dispuesta a marcharse, volteó y vio la presencia de aquel que jamás pensaba verlo en aquel lugar.

- Hola

Pablo estaba frente suya. Marizza se quedó boquiabierta al verlo, pues no esperaba encontrarlo allá. Lo observó sin mediar ni una sola palabra. Estaba guapísimo vestido con unos pantalones beige que no le llegaban a más allá de la rodilla y una camisa blanca.

- Pablo... - titubeó. - ¿Qué haces acá?

- Bueno... - se rascó con la cabeza ante su inseguridad. - Vine a hacerle el aguante a un amigo ¿y vos? – preguntó él.

Marizza lo miró con una sonrisa divertida. Podía hacerse una ligera idea que el encuentro no fue casual.

- Yo también vine a hacerle el aguante a una amiga.

- Que coincidencia

- Eso parece – dijo Marizza sin borrar su sonrisa

Ambos se quedaron mirándose el uno al otro sin saber muy bien qué decir. Su último encuentro fue el día anterior en la habitación de Marizza del Elite y no fue un encuentro lo suficiente bueno. Al revés, sembró una incertidumbre entre ambos. Una incertidumbre lógica por todo lo que estaban pasando.

El camarero se acercó a ambos y les ofreció las dos copas restantes de la bandeja. Pablo las cogió y le ofreció una a Marizza.

- Ya que venimos para lo mismo... ¿Te parece bien si nos quedamos y al menos nos hacemos compañía? – sugirió el rubio.

- Me parece bien – sonrió Marizza aceptando la copa.

Ambos brindaron y tomaron un pequeño sorbo del líquido que contenía la copa. Sonrieron y Pablo con un gesto invitó a que entrara al navío.

- Pablito, ¿todo bien?

Preguntó hombre mayor que Marizza nunca había visto. Se acercó a ellos y Marizza pudo percatarse más de la voz que los había hecho parar en la entrada del navío. Era un hombre bastante apuesto, a decir verdad. Su tono de piel bronceado y su pelo rubio hacían un contraste casi perfecto. Además, tenía un buen gusto para la ropa, pues vestía una camisa turquesa y unos pantalones claros que resaltaba aún más su bronceado.

- Si, gracias por ayudarme – le contestó Pablo.

Marizza, que había estado tras Pablo, no entendía nada de lo que estaba sucediendo allá. Carraspeó para hacer notar su presencia y los dos hombres la miraron.

- Oh, perdona – se percató Pablo. – Marizza, él es Lorenzo. El novio de mi mamá.

Marizza le cayó todas las fichas en ese momento. El barco que se apodaba "Bella Mora" era el barco de ese tal Lorenzo, novio de la madre de Pablo, que posiblemente puso aquel nombre por ella.

Además, Marizza no se le escapó aquel detalle y sus cábalas eran ciertas cuando pensó que aquel encuentro no era casual. Seguramente Manuel sabía de todo esto, pues Pablo se habría encargado de organizarlo todo, y por eso el mexicano le insistía tanto en quedarse.

Lo que Marizza no lograba a entender era la actitud del rubio. ¿Por qué esto? El sábado a la mañana cuando amaneció junto a ella parecía que estaba desorientado y no quiso hablar con ella ni estar a su lado. Se marchó sin decir ni una sola palabra.

Marizza no entendía nada de lo que estaba pasando.

- ¿Vos sos Marizza? – se sorprendió el hombre. – Por fin conozco a la mina de Pablo – dijo emocionado saludándola con un beso en el cachete. Pablo y yo nos miramos asombrados. Este hombre se había perdido un par de capítulos de nuestra historia. – Lo tenes hasta las manos que lo sepas – abrazó a Pablo con cariño y éste le sonrió de manera forzada. – Por cierto, sus amigos ya embarcaron están en la proa, así que vamos a salir en unos minutos.

- Está bien – asintió Pablo. - ¿Necesitas ayuda? – preguntó al ver al hombre dirigirse al amarre del barco.

- No, vos tenes que atender a tu invitada. Hacelo bien pibe – le advirtió con una sonrisa. – Enseñále el barco. – sugirió.

Pablo asintió y agarró la mano de Marizza para invitarla a entrar a las dependencias interiores del navío. Ella aceptó y Pablo comenzó a explicarle todo lo que sabía sobre aquel barco.

Sin duda, el día pintaba muy emocionante. 

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