Capítulo 8: Nunca confíes

Start from the beginning
                                    

Otra de las cosas que hacía a ciegas era escalar, ya sea con cuerda o por medio de las rocas dispuestas para esta actividad. En poco más de treinta días ya me movía como una araña por las paredes; ciega, pero eficaz.

No obstante, lo mejor eran los duelos. Aprender a usar los distintos tipos de hojas en combate era mi anhelo, pero el maestro Aer se había negado a empezar con esas clases hasta que mejorara en venenos, por lo que Ares y Leo se convirtieron en mis mentores. Todos los días, una hora después de finalizado el entrenamiento oficial.

—No, princesa —dijo Ares al parar uno de mis ataques con su escudo. Con una sonrisa de niño en un patio de juegos dio una estocada y redujo mi espacio de ataque obligándome a jugar a la defensiva.

Él usaba un florete letal, parecido a los de la esgrima, junto con un escudo no más grande que el puño de Leo. Yo sostenía dos espadas cortas y semicurvas. Me había enamorado de ellas, del poder y la agilidad que me conferían. Aquellas gemelas vestían más que cualquier diamante y me daban más imponencia que ningún tacón.

Tanto tiempo hastiada de la monotonía de los juegos de belleza relegados a las mujeres, sin saber que había otros juguetes disponibles, sin haber probado la adrenalina.

Me gustaba bailar con Ares, porque eso era lo que hacíamos, jugar con los movimientos de nuestros pies, girar con la gracia de una mariposa y con la eficacia de una serpiente. Si él lo hubiera querido me habría cercenado en más de una ocasión, pero era paciente, y se divertía enseñando; además, cada vez yo era más capaz y menos dependiente de su compasión.

Me defendí de un nuevo ataque suyo, hoja contra hoja, filo con filo. Su presión me ganaría, acabaría por desarmarme o a la pared y no quería usar mis dos hojas contra su florete, así que di un último empujón con todo mi peso para desequilibrarlo lo suficiente, agacharme y girar por debajo de su codo hasta posicionarme a su espalda. Él no tardó en ponerse en guardia de un giro limpio.

—¿Qué tal tu príncipe, princesa?

—Lo sabría si lo conociera.

Esquivé una estocada suya, riendo satisfecha por la sensación.

—Por como amenazaste a todos el primer día se diría que son muy íntimos.

Bufé, y procedí a lanzar una sarta de ataques distintos que él esquivó con la gracia de sus ágiles pies y la velocidad de sus manos.

—A Sargas no le conozco ni la sombra.

—Oh, ya nos estamos sincerando. ¿Significa que ya somos amigos? ¿Me toca contarte mi color favorito?

Me reí y probé un truco de pies que me había enseñado él. Paso, paso; tajo, estocada; giro, agachada, tajo bajo y arriba de nuevo con paso/estocada, paso/tajo. Me las esquivó todas, por supuesto, se sabía esa coreografía mejor de lo que deletreaba las cuatro letras de su nombre.

—¿Y no te da curiosidad conocer al hombre que pagó por ti?

—Sí. ¿Serías tan amable de presentármelo? Por favor. —Paso, tajo—. Y gracias.

—No quieres conocerlo.

—Eso me han dicho. —Rodé los ojos y esquivé otro ataque—. Pero para la cantidad que pagó por mí esperaba que al menos me diera la bienvenida antes de desaparecer.

—Seguro salió a cazar a su prometida. Se rumora que ya le tiene el ojo echado.

Él no esperaba que yo me detuviera en seco, yo no contaba con el tajo que él lanzó suponiendo que yo lo podría esquivar.

No era el primer corte que se abría en mi brazo ni el más profundo, pero aproveché la herida para llevar la atención a algo que no fuese las emociones que se transparentaban en mi rostro.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now