Capítulo 7: Nunca llores

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La sala tenía el espaciado de un campo próspero, casi podría albergar en su interior la mansión de Mujercitas, jamás me habría esperado algo tan especioso y bien equipado solo para sacarle filo a las futuras armas mortales del reino.

Me fijé en que había un área de entrenamiento físico con artefactos exclusivos para esa utilidad, también en que a la izquierda había una galería con artefactos de cuchillos con tamaños, formas y utilidades múltiples. La pared del otro lado estaba dispuesta para practicar escaladas con piedras sobresaliendo y sogas colgando del techo, y al fondo se encontraba una escalera en espiral que a simple vista podría jugar que superaba los trescientos escalones y que llegaba al cielo a hacerle compañía al sol blanco de Ara.

La verdad es que no entré con la frente en alto como la habría hecho Lyra o Delphini, la mirada de los más de veinte hombres presentes se transformaron en pequeños aguijones que, clavados en mi piel, me impregnaron de su ponzoña cuyo efecto me fue encogiendo a cada paso que daba, hasta reducirme a la lastimera personificación de la fragilidad.

Ellos eran lobos rapaces, una masa unánime de lascivia, sudor y testosterona que me olfateaba con hambre y repugnancia a la vez. Me devoraban con sus fosas nasales, me descuartizaban con sus ojos y me deseaban con cada músculo de sus cuerpos.

Avancé cada vez más expuesta a sus miradas, cada vez más arrepentida de mi decisión y sintiendo que aquel lugar no era para mí.

Si he de ser totalmente sincera me toca confesarles que había lágrimas en mis ojos, así como no era capaz de beber mi miedo tampoco era capaz de represarlas, y tal vez por ello puse un esfuerzo mayor en evitar el contacto visual con aquellas fieras. Si me veían llorar más vale me pusiera la soga al cuello yo misma.

Mi objetivo era el anciano que meditaba con los ojos cerrados en medio del salón, supuse que era el maestro y si alguien podría guiarme ese era él.

Sin embargo en medio de mi desfile una pierna maciza se interpuso en el trayecto de mis tacones, provocando mi caída de boca al suelo con tal brusquedad que mis labios no tardaron en manchar la piedra lisa con el brillo de mi sangre.

Al menos diez hombres de la sala se aglomeraron a mi alrededor, unos para reírse más cerca del espectáculo, otros para hacer gala de una creatividad más morbosa. Como un rubio con cuerpo de árbol que me daba puntapiés mientras hacía chistes sobre su pene en mi boca, o el flacucho arrodillado frente a mí que me palmeaba el culo y lo masajeaba como si le perteneciera.

Pero el peor era el isleño bronceado hasta las axilas que no tenía camisa y pese a ello no le hacía falta gracias al bosque de pelos que le tapizaba el pecho y la espalda. Ese me tomó la barbilla para poder maniobrar mi cara, las manos le olían a humo de tabaco lo cual me hizo arrugar el gesto, mas no era mi rostro el que importaba, sino el suyo, intolerante a mi presencia. De sus ojos emanaba el desprecio a mi existir, a mi derecho a respirar el mismo aire que él.

—¿Quién le dijo a esta puta que podía jugar en mi patio de juegos?

Y me escupió en el ojo. Yo valía tan poco que no se molestaba en dirigir sus palabras a mí. Mi humanidad era tan inexistente que para alguien como yo no valía la empatía y lo más misericordioso que recibí fueron más risas, porque por otro lado el tipo que me manoseaba el culo ya me había metido la mano dentro del vestido y escarbaba entre mis bragas.

Pensé en rendirme justo ahí, en abandonar mis pensamientos y dejar mi cuerpo para que hicieran con él lo que les provocara. Al día siguiente tendría una nueva oportunidad para ser lo que Aragog esperaba de mí: nada.

Pero también pensé en Delphini, y en que habría muchas mujeres pasándolo peor que yo en simultáneo con ese momento en que yo sentía que me asfixiaba la injusticia y la barbaridad de mi realidad. Y pensé en que yo no podría hacer nada para ayudarlas a ellas, pero sí podría dar un paso para mejorar mi situación.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now