Capítulo 5: Mi destino

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—Como comprenderás —comenzó a explicar Orión—, tuvimos que reciclar uno de los espacios vacíos del palacio, no nos daba tiempo de construirle una habitación nueva a mi Lady. —Esto último lo pronunció con un sarcasmo sutil pero evidente que me hizo rodar los ojos. Luego, comenzó a señalar las pequeñas puertecitas del pasillo—. Así que para darle utilidad a esos espacios los hemos rellenado con libros. Están clasificados por género literario, luego te pasaré las coordenadas, y dentro están ordenados por orden alfabético empezando por el autor y se subdividen igual por orden alfabético por el título.

Me eché a reír.

—Espera que yo abra el primer compartimento, lo dejaré hecho un caos y adiós orden.

Eso hizo que él se frenara en seco con la cara más seria que le había visto hasta entonces.

—¿Qué?

Se le veía muy disgustado por mi declaración.

—Cuando necesites un libro será mejor que se lo pidas a tu doncella, yo la entrenaré para que mantenga el orden.

—¿Por qué?

—Porque sí.

—Quiero poder tomar un libro por mi cuenta.

—Y yo quiero venir todos los días a verlos y encontrarlos en su lugar.

—¿Por qué?

—Porque sí.

Volví a torcer los ojos, un gesto nuevo en mí pero que me brotaba con excesiva naturalidad estando cerca de él, tanto que me hacía preguntarme cómo había pasado tanto tiempo sin hacerlo, aunque la respuesta era evidente: hasta entonces no me había tocado convivir con hombres.

Luego, casi a regañadientes, continuó hablando mientras me encaminaba al final del pasillo sin perder el deje irritado en su voz.

—Te gusta leer, ¿no?

—¿Cómo lo saben?

—Tu Vendedora me dijo todo lo que debía saber de ti. —Luego pareció arrepentirse de lo que dijo y añadió a toda prisa—: Sargas me pidió explícitamente que averiguara cuanto pudiera.

—Lo llamas por su nombre…

Eso solo me confirmaba que eran amigos, pero él no parecía dispuesto a seguir la conversación.

—Entonces… Libros. Nunca he leído uno. ¿Qué te empuja a ellos?

Lo miré con la sonrisa más sincera que había dedicado a un hombre jamás.

—Que en las historias que encierran, si bien las mujeres no lo tienen fácil, al menos tienen derecho a enamorarse.

Eso lo hizo detenerse de nuevo a tan solo unos pasos de la puerta doble del final. Lo vi en su mirada, lejana e inaccesible; vi que hasta entonces él, como cualquiera en su posición, no se había detenido a pensar en que nosotras, destinadas a satisfacer los deseos sexuales de quien esté en la posición de pagarnos hasta que nuestro cuerpo ya no le genere placer, jamás tendríamos oportunidad de amar más que platónicamente, ya que ser correspondidas iba en contra de la ley.

Se giró a mirarme con los ojos entornados como si con ellos quisiera atravesar las barreras de los míos, y me preguntó:

—¿Te gustaría enamorarte, Aquía? —Era la primera vez que me llamaba por mi nombre.

—No puedo —reconocí con la frente en alto y caminé hasta la puerta sin esperar por él.

Lo sentí detenerse un paso detrás de mí.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now