Capítulo 4: Mi entrega

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Hacía ruidos de llanto pero ni una lágrima se veía rodar por su rostro. Me descubrí a mí misma mirándolo con asco, por completo incapaz de sentir lástima por alguien como él. Si le permití completar su misión fue porque yo lo necesitaba, cualquier alternativa a llegar al castillo era aterradora y degradante. Solo me quedaba avanzar e improvisar sobre la marcha.

—Llévame entonces.

—Pero no vaya a decir na…

—Solo llévame.

—Sí, mi Lady.

Me condujo a la taberna pero sin que yo le permitiese que me tocara para dirigirme. Caminé junto a él hasta atravesar la puerta, detrás solo conseguimos mesas de madera vacías, una barra desolada con el recuerdo de velas ya consumidas. Estaba oscuro pese a que el pálido sol de Ara ya había salido porque el lugar no tenía ni una ventana y solo el polvo era una visita recurrente. Sin duda aquel era un tapadero sin más utilidad que aparentar que era cualquier cosa menos el escondite de una de las entradas secretas al castillo.

Caminamos hacia una puerta al fondo que conducía a un reducido cuarto de escobas. El guardia cerró al entrar y se agachó para remover los tablones sueltos que revelaron la entrada a un hoyo tragado por una oscuridad absoluta.

—Debo meterla ahí —me preparó.

—No, me meteré yo sola. Ve adelante.

El hombre asintió, acto seguido se sentó en el suelo al borde del hoyo e introdujo sus pies en el. Tanteó hasta que sintió lo que supuse era un escalón, y bajó varios pasos hasta que su cabeza estuvo al nivel del suelo.

—Tienes que venir a oscuras —me explicó—. Conozco este lugar y es pura escalera hacia abajo. No conseguiremos antorcha hasta llegar al pasillo.

Asentí, aunque él no podía verme, y repetí su acción paso por paso hasta sentir la solidez del primer escalón. Afirmé mis pies y probé mi peso sin levantarme por completo del suelo de madera, hasta que estuve segura que no iba a desplomarse la superficie bajo mis pies y me levanté para poner un pie debajo, y luego otro, y así hasta que la oscuridad arropó mi cabeza y estuve por completo en el agujero.

—Aquí estoy —oí que decía la voz del guardia muy cerca de mí aunque mis ojos no veían ni la palma de mis manos frente a mis ojos—. Hay que seguir bajando, pero hay que ir lento o me puedes llevar por el medio.

—Baja tú primero un escalón y luego yo otro. Así iremos.

—Ya, ahora tú.

Y así hicimos por largos minutos. Nunca había estado en una escalera tan larga, y mucho menos bajo tierra, sentí que descendía una eternidad y que nunca iba a acabarse. La sensación de que aquéllo era infinito se prolongaba mientras más consciente era de la absoluta oscuridad, tan implacable que no significaba diferencia alguna que avanzara con los ojos cerrados o abiertos. Quería salir corriendo para llegar al final, pero debía ser muy meticulosa y pensar cada uno de mis pasos para no caer quién sabe cuántos escalones, lo que podía significar en el mejor de los casos una herida grave o en el peor la mismísima muerte.

Así seguimos hasta que de pronto mi pie no consiguió nada debajo sino una piedra liza y larga. Mi primer impulso fue correr, pero temí que solo fuera un escalón más largo, así que seguí avanzando con cuidado hasta que una llama iluminó todo el lugar.

El guardia estaba unos pasos adelante sosteniendo una antorcha, gracias a eso pude ver que nos esperaba un corto túnel que desembocaba en otras escaleras, esas ascendentes.

—¿Ahora hacia arriba? —pregunté.

—Será la última.

Ya me dolían los pies, pero no iba a emitir ninguna queja al respecto. Solo quería llegar, mirar a mi Comprador a los ojos y preguntarle al fin qué quería hacer conmigo, qué lo llevó a pagar por mí el precio de cuatro Vendidas.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora