Capítulo 4: Mi entrega

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Hubo un momento de parálisis en el tiempo donde solo estaba yo, consciente de que había hecho algo grave, y él, que observaba con ira palpable los largos canales rojizos que abrieron mis uñas en su carne. Volteó a verme, como si fuera una abominación, y se atrevió a ser la primera persona en el mundo que me tatuara su mano de un golpe en el rostro.

Juro por mi alma que quise echarme a llorar como todas las otras veces en mi vida que alguien me pisoteaba, quise encogerme como un bebé y pedir perdón aunque no había hecho nada más que esperar que se me tratara como a un ser humano, pero me tragué mis lágrimas, sintiéndolas como una dosis de cianuro que asesinaba de a poco mi vulnerabilidad, y sentí la chispa que sembró Delphini en mí arder junto a la marca de la mano hinchada en mi cara.

No me levanté, solo subí mi rostro lo suficiente para clavar en el guardia la daga que escapaba de mis ojos. Dejé a mis iris la libertad de confesar lo mucho que le aborrecían, y siguiendo el ejemplo de Lyra subí mi mentón a la hora de preguntar:

—¿Tú sabes quién soy yo?

—Me haces perder el tiempo.

Volvió a tomarme del brazo y a arrastrarme con él, pero no lo dejé avanzar mucho y tiré con fuerza hasta zafarme de su agarre. Me detuve detrás y no varié ni un poco el rencor con el que lo miré mientras repetía con voz todavía más firme:

—Te hice una pregunta, ¿sabes quién soy yo?

No intentó volver a atraparme pero se notaba que seguía sin tomarme en serio.

—No sé, pero vas a ser un cadáver si cuento hasta…

—¿Vas por la vida golpeando personas sin medir las consecuencias?

—¡No hay consecuencias por pegar a una Vendida, sucia mujer!

Dejé salir una risa amarga.

—¿Y por pegarle a la Vendida del príncipe? —Di un paso hacia el hombre haciendo gala de una sonrisa deleitada en el miedo que de pronto brotó de sus ojos—. Me imagino que Antares sería tolerante, por supuesto, pero… ¿has probado la ira de un escorpión?

—Yo…

—Me dañaste la cara, maldito —solté como última puñalada.

Ese día conocí el placer de tener un hombre de rodillas.

—Mi Lady, por favor… piedad, no le diga al príncipe...

Imploraba con sus manos juntas a modo de rezo, con el rostro contorsionado, patético, llamando lágrimas que no acudían con el fin de apelar a una parte de mí que ya estaba muerta.

—No soy una Lady, soy una sucia mujer, tú lo has dicho. Y con mi corazón lleno de suciedad me voy a encargar de que te corten la cabeza.

—Tengo hijos, mi Lady, tres pequeños que me necesitan.

—Créeme, el mundo no va a sufrir al perder una escoria como tú. —Sonreí—. ¿A dónde querías llevarme?

—Tengo órdenes de llevarla a salvo al castillo sin ser vista. —Señaló una taberna no muy lejana—. Entraremos por ahí, hay un pasadizo.

—¿Por qué no pueden verme?

—No sé, mi Lady, el príncipe tiene muchas excentricidades, yo no sé por qué hace las cosas, solo sigo órdenes.

—Desobedeciste la orden de llevarme a salvo en el preciso momento que me arrojaste del carruaje y tu mano tocó mi cara.

—Perdón, mi Lady, perdón… pero si no la llevo matarán a mi familia… Por favor.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora