Capítulo 1: Mi precio

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—Ya estás —le dijo la Preparadora a Lyra—. ¿Qué miras, Aquía? ¡Ve saliendo!

Hice según sus órdenes mi indicaban sin ninguna clase de protesta, como era costumbre.

Todas las Vendidas de Mujercitas nos reunimos en el Mercado esa tarde. Nuestro puesto no era el más prestigioso, pero la aglomeración era un factor común. Los hombres se aglomeraban alrededor de las mujeres ofertadas como si fuesen un costal de comidad con que alimentar a sus familias por un mes. De alguna forma se suponía que nosotras teníamos que entenderlos y sentir empatía por ellos pues se casaban con mujeres nobles con el derecho a intimar solo con el propósito de procrear. Si el marido era de ascendencia humilde —sin condecoraciones, sin rangos, sin pertenecer a la nobleza—, bajaba de inmediato el estatus de la noble con la que se casara y, por ello, si de su unión surgía el nacimiento de una niña, el propósito de esta sería el mismo que el de todas nosotras.

Eso era lo que nos contaban para hacernos sentir lástima por la situación de los hombres, que a menos que quisieran una familia llena de veinte varones correteando por todas partes —suponiendo que una mujer soportara tantos embarazos—, no podrían acostarse con sus mujeres salvo en limitadas ocasiones. Para ello veníamos nosotras al mundo, para salvarlos de la miseria de una vida con el yugo de la abstinencia, para suplir sus necesidades básicas, para ser suyas.

Algunos ni siquiera pueden comprarse un par de botas, pero primero descalzos que sin tener con que jugar.

Yo me quedé de pie junto a Lyra contemplando a las chicas que sí estaban en venta, todas sentadas en tronos de mimbre tejidos con hojas, ramas y pétalos del este; todas en su mejor estado, aunque algunas más arregladas que otras. Las más agraciadas iban en medio, y el resto se perdía hacia los lados y en las filas traseras. Lo único que todoas tenían en común era el distintivo pegado al pecho con su nombre y cotización.

Los precios iban desde 800 a 3000 Coronas, aunque las más baratas solían ser regateadas y se las llevaban a cuidar niños y lavar baños por menos de 350.

—Amaia está hermosa hoy —señaló Lyra con una sonrisa serena.

—Amaia siempre está hermosa —comenté yo, más por cortesía que por sinceridad.

La chica sobre la que hablábamos no era fea; me desagradaba porque me veía reflejada en ella, en lo «insulso» de su cabello castaño y ojos café. En lo único que destacaba era en esa piel canela que envidiaba hasta la misma Lyra.

—Me preocupa —expresó Casi, la tercera de nosotras que cumpliría la mayoría de edad esa misma semana—. Ya tiene veinticinco. ¿Y si se queda aquí para siempre y nadie la quiere comprar?

—Es utópico pensar que seremos compradas el mismo día de nuestro cumpleaños —argumenté—. Hay que hacernos a la idea, Casi. Muchas pasaremos años esperando un Comprador.

—Es verdad —concedió ella—, pero las rubias, albinas y pelirrojas se las llevan como al pan caliente. Es injusto, y triste. ¿Te imaginas pasar tantos años ahí sentada esperando que te compren?

—Mejor así —interrumpió Lyra. Volteé a verla anonadada, no me esperaba tales palabras de ella—. Si Amaia cumple los treinta sin ser comprada pasará a ser Preparadora, y puede aspirar a ser Vendedora algún día.

—¿Qué estás diciendo? —bufó Casi—. ¿Quién puede preferir eso a ser comprada por un caballero apuesto y rico?

Lyra sonrió con tristeza. Yo estaba fascinada, no le quitaba los ojos de encima, jamás la había visto así.

—Yo —confesó Lyra por toda respuesta—. Preferiría ser jefa, comerciante y viajar por el reino haciendo negocios que cualquier otra plan que tenga para mí un Comprador, sea quien sea.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora