vingt-quatre

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Tres meses después.

Ya había pasado un tiempo considerable desde su primera cita con Jungkook, aquella que había transcurrido tranquilamente en un restaurante de comida Tailandesa al aire libre. Jimin se sentía en las nubes desde ese día.

Jungkook a veces lo tomaba de la mano sin comentar nada, sólo porque quería hacerlo. Y le sonreía, de una manera tan dulce en la que pensó que el amargado Jeon Jungkook no podía sonreír. ¡No era tan amargado! Sólo hacía falta conocerlo más. De hecho decía cosas divertidas, hacía cosas divertidas y tenía un humor tan fresco que dejaba a Jimin riendo hasta al cansancio cada vez que salían juntos. Además Jeon Jungkook era tan paciente con él a la hora de las tutorías, que con su ayuda Jimin había mejorado mucho en la escuela.

Ahora pasaban mucho tiempo juntos, se estaban volviendo más cercanos. Jungkook era particularmente bueno para escuchar a Jimin cuando tenía sus crisis existenciales, esas que lo hacían hablar más de lo normal, desesperado y sin descanso. Pero eso para Jungkook no era problema, la verdad era que Jimin nunca había conocido a alguien que escuchara tan atentamente sus palabras. Que eran muchas.

Y Jimin era bueno para escuchar a Jungkook cuando estaba estresado con tantas cosas que hacer, cuando algo le preocupaba, lo desanimaba o lo enfurecía. Jimin también era bueno para apoyarlo, así como Jungkook lo hacía con él. Extrañamente habían encontrado un soporte en el otro. Habían encontrado un refugio, se llevaban bien y parecía haber chispas entre ellos que cada vez se volvían más intensas. Porque cuando estaban juntos, no podían hacer nada más que sonreír. Porque cuando estaban juntos todo era tan feliz.

— Delfín. — comenzó Jimin. Luego inspiró y Jungkook imitó su acción.

Llevaban días haciendo lo mismo cada vez que tenían un examen, Jimin se ponía nervioso y Jungkook inventó un juego para calmarlo. Ambos se tiraban al césped del patio escolar, Jimin se sentaba entre las piernas de Jungkook y pasaba las suyas propias por encima de las contrarias.

Se miraban directo a los ojos, con una estremecedora intensidad. Luego empezaban a inhalar y exhalar juntos, nombrando al primer animal que se les venía a la mente.

— Oruga caníbal. — se acercó Jungkook a su rostro para susurrarle, sosteniéndole la mirada todavía. Jimin aguantó las ganas de reír al sentir el aliento del chico contra su boca.

— Kim Seokjin. — le susurró Jimin de regreso, juguetón. Fue Jungkook el que no pudo aguantar la risa.

Y pronto, ambos estaban riendo sin parar y escandalosamente sobre los labios ajenos. Había algo mágico en reír juntos que no los dejaba detenerse. Como si se hubieran quedado atrapados en un mundo feliz, bueno y lindo. Un mundo mágico.

Magia, magia, magia... La risa de Jimin lo era. Y él pensaba que la de Jungkook también.

Al unísono tenían un poder imparable, más que sublime.

— Debemos llegar a clases antes de que suene la segunda campana. — sonrió un relajado Jungkook, tomando fuertemente de la cintura a un tambaleante rubio que todavía reía con el rostro enterrado en su pecho, ayudándolo a ponerse de píe.

— Siempre eres tan correcto. Un día de estos te obligaré a que te saltes todas las clases del día conmigo.

Jimin se aferró a su brazo cuando empezaron a andar, pegados y unidos. Sus cuerpos siempre se tocaban inevitablemente. Era como si una fuerza mayor a ellos los empujara juntos.

— Yo no diría correcto, diría responsable.

Jimin giró la cabeza en su dirección para verlo a los ojos de manera juguetona, ladeando una sonrisa. Los ojos de Jungkook fueron directo a los labios de Jimin.

— ¿Crees que soy irresponsable?

— Eres muchas cosas.

— ¿Cómo qué?

Jungkook levantó las cejas hacia él, seductor. Jimin intentó evitar que su sonrisa se volviera más grande al morder su labio inferior.

— Inquietantemente encantador, de una manera tan devastadora.

Jimin sintió su aliento. Lo sintió a él. Sintió su aroma, el calor de su cuerpo y la intensidad de su mirada. Jungkook era embriagador, su sola presencia sacudía el suelo bajo sus pies. Y Jimin quería besarlo, besarlo y besarlo tan mal.

Se vio obligado a dejar de mirarlo como si quisiera arrancarle suspiros a besos, porque la segunda campana sonó y los estudiantes que seguían por fuera empezaron a apresurarse para llegar a sus clases.

— Todo saldrá bien, mon amour. — le susurró dulcemente, para después besarle la frente. Jimin lo miró con ojos brillosos y mucho deseo. De tenerlo cerca, sentirlo más y más. De besarlo hasta perder la razón.

— Gracias, kookie. 

(...)

COFFEES AND BOOKS 桜狩り; kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora