Capítulo 51

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Llegaron puntuales, como siempre, el mayordomo los hizo entrar para que esperaran en el estudio, donde las copas estaban servidas y todo se encontraba dispuesto para dar inicio a una nueva reunión. Guillermo escuchaba sus voces desde la sala donde terminaba de fumar; aún no se había puesto la camisa porque el roce de la tela sobre las heridas ardía insoportablemente. Exhaló el humo de la última pitada y se dispuso a vestirse, las manos le temblaban un poco por los nervios.

—Déjanos pasar, Rafael.

—Eso es imposible señor Esteban, usted puede ingresar sin problema, claro está; pero me temo que el joven no.

El otro volvió a replicar y la respuesta de Rafael, el mayordomo, seguía siendo la misma. Guillermo abrochó apurado los botones de la camisa con una mueca de dolor, había elegido un color oscuro para vestir, sólo por si el roce hacía que las heridas volvieran a sangrar. Caminó con paso firme hacia el recibidor y contempló la escena donde Esteban Roelas, miembro de la Orden, estaba en compañía de un muchacho joven, desconocido por Guillermo.

—Buenas noches, Esteban. ¿Qué sucede?

—Señor, —Roelas lo saludó estrechándole la mano— este joven me ha contado algo que estimo, será de gran interés para la reunión, pero Rafael se niega a dejarnos ingresar.

—Rafael ha hecho perfectamente su trabajo —apoyó una mano en el hombro de su criado—. Pasen por aquí, hablaremos los tres en la sala y luego discutiremos qué hacer con la información.

Acompañó a los hombres hasta donde él había estado unos minutos antes y les ofreció algo para beber. Cerró las puertas y los invitó a sentarse mientras él se quedaba de pie, ya que presionar sus heridas contra el respaldar del sillón habría significado un dolor indescriptible.

—Bien, los escucho —dijo, apoyándose sobre el escritorio.

—Cuéntale lo que me has dicho —Esteban señaló con la cabeza a Guillermo, intentando alentar al joven que contemplaba la escena con ojos asustadizos.

—Empecemos con algo fácil —exclamó Guillermo, perdiendo un poco la paciencia—, ¿quién eres?

­—Alfonso, señor. Trabajo en el cementerio.

La mente de Guillermo vagó unas milésimas de segundo antes de caer en cuenta que la información que traía podría estar relacionada con Ofelia. Lo miró fijo, sin interrumpirlo.

—Hace una semana estaba cumpliendo mis rutinas de trabajo en el lugar cuando escuché golpes secos en uno de los panteones, me acerqué y cuando los golpes cesaron, vi salir a un hombre que esperó afuera durante unos minutos. No permití que me viera, me quedé oculto, esperando para ver qué sucedería a continuación. Pasados unos minutos, le abrieron la puerta nuevamente y al cabo de un momento, salieron tres personas: dos hombres y una mujer. El otro hombre parecía ciego. La mujer cerró con llave el panteón y los tres se fueron en un carruaje.

Guillermo escuchó cada palabra con atención y cruzó una mirada con Roelas.

—¿Has visto tú el panteón? —preguntó a este último.

—Sí. Es el de Herrero.

Guillermo asintió con la cabeza y meció la copa que se había servido y de la que aún no había bebido ni un sorbo.

—¿Tienes algo más que aportar, Alfonso? —preguntó dirigiéndose nuevamente al muchacho, quien aún se mostraba nervioso.

—No, señor, eso es todo lo que sé.

Guerra Escalada asintió con la cabeza, le dio una palmada en el hombro y colocó algo de dinero en su mano, luego le indicó que se retirara. Roelas lo observaba, expectante acerca de qué vendría a continuación. Sin embargo, Guillermo no hizo ningún comentario, excepto decir que era tiempo de desarrollar la reunión que los había llevado hasta allí.

OfeliaWhere stories live. Discover now