Capítulo 24

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Guillermo soltó a Salvador y comenzó a caminar dando grandes zancadas por la habitación; los pensamientos se agolpaban en su mente, necesitaba encontrar una forma de ayudar a Ofelia, y Pablo llevaba un día completo de ventaja sobre ellos.

Salvador se puso de pie y apoyó una mano sobre el respaldo de la silla que había al lado de la pequeña mesa que Ofelia utilizaba como escritorio. Estaba nervioso y angustiado, no entendía por qué Guerra Escalada estaba ayudando a la joven; hasta donde él sabía, la Orden la quería fuera del asunto.

—¿Cuál es el interés de la Orden en ella? —preguntó intentando acomodar sus ideas. Guillermo se detuvo en medio de la habitación. —Ofelia no sabe nada del dinero.

—No voy a discutir esos asuntos contigo —contestó tajante.

—En ese caso, quizás sea una buena idea que hable con mi padre —el tono amenazante en su voz advirtió a Guillermo que él sabía que la Orden no estaba al tanto de sus visitas.

—La Orden es quien está poniendo en peligro a Ofelia y yo quiero evitarlo.

Salvador permaneció callado, necesitaba organizar sus pensamientos antes de hablar. Guillermo estaba diciendo demasiado entre líneas y eso le revolvió el estómago.

—Debo irme, necesito buscarla —Guerra Escalada dio un par de pasos en dirección a la ventana por donde había ingresado, al pasar cerca de Salvador sintió una mano que se aferraba a su muñeca.

—Yo también iré —su tono de voz era determinante. Guillermo emitió una carcajada.

—¿Qué harás? Sólo serás un estorbo Salvador.

La mano continúo aferrándose con fuerza, no iba a quedarse de brazos cruzados mientras Ofelia estaba en peligro, tenía que ir, no importaba nada más.

—Iré —afirmó desafiante— y si no me lleva, diré a Emilio que lo haga y eso implicará que mi padre conozca detalles y envíe un par de cartas.

Guillermo sintió su sangre hervir, estaba entre la espada y la pared. No tenía demasiadas alternativas para salir airoso de la situación y suspiró hondo, luego, con fastidio, dejó salir el aire de sus pulmones.

—Bien —contestó y se zafó del agarre— No entiendo por qué te importa tanto.

—Podría preguntar lo mismo.

Guillermo tragó saliva y miró el rostro de Salvador en la penumbra de la habitación, tenía los párpados muy abiertos, como si quisiera que un poco de luz entrara a sus pupilas cegadas. Su semblante era serio y amenazante, con la mandíbula tensa y los dientes apretados. La realidad lo golpeó: el ciego conocía su secreto y si abría la boca lo metería en graves problemas, en una encrucijada de preguntas que no podría responder; además era evidente que estaba enamorado de Ofelia y que llegaría hasta las últimas consecuencias para protegerla. Él también lo haría.

*-*-*

Había olvidado lo que se sentía despertar en la casa de campo donde había crecido. Cuando la luz del sol invadió la habitación, descubrió que en aquellos meses fuera su madre no había tocado ni siquiera una de sus pertenencias, todo estaba exactamente en su lugar. Cada cosa le recordaba a su padre, los libros ordenados con esmero en la pequeña biblioteca que él había construido para ella, una de las muñecas que le había regalado al regresar de un viaje cuando ella era una niña, todo tenía una historia que la llevaba a Samuel.

Por la tarde, decidió que buscaría respuestas a sus preguntas en el pequeño estudio de su padre, el lugar donde se dedicaba a hacer sus experimentos, guardar cada una de sus notas y donde de seguro, habría algo que le permitiera conocer la verdad desde el punto de vista del hombre que ella admiraba. Samuel había reacondicionado un espacio que originalmente servía para guardar herramientas y bolsas de semillas o granos. Estaba unos metros más allá de la casa y cuando Ofelia accionó la cerradura, tuvo la certeza de que Elena y Fátima no habían ingresado al lugar desde la muerte de su padre. Una fina capa de polvo cubría todo; él había sido farmacéutico y atesoraba allí infinidad de frascos y recipientes de formas extrañas que utilizaba para su trabajo. En un rincón había dos armarios, en uno de ellos guardaba diferentes sustancias etiquetadas prolijamente y en el otro almacenaba ungüentos, cremas y líquidos que preparaba en base a las plantas que cultivaba. En una mesa de trabajo había un mortero que contenía hojas secas a medio moler, Ofelia acarició la superficie con nostalgia y luego se dirigió directamente a un viejo escritorio donde su padre guardaba documentos y proyectos. Abrió los pesados cajones y extrajo pilas de papeles que fue examinando con cuidado para intentar encontrar algo que le fuese útil. Todos parecían recetas y fórmulas para preparaciones, escritas con la caligrafía inigualable de su padre. Regresó todo a su sitio y comenzó a sentirse frustrada, no había nada, ni una sola pista o si la había, ella no era capaz de descubrirla.

OfeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora