Capítulo 48.

1.2K 140 6
                                    

Cuando terminó de leer la carta, Ofelia permaneció en silencio, considerando todo lo que su padre le había dejado escrito. Parecía difícil creer que la búsqueda había terminado por fin, que tenía aquello que le había quitado el sueño durante tanto tiempo. Que se había llevado la vida de personas a las que había amado...

—¿Qué haremos? —preguntó Salvador, haciendo que Ofelia dejara sus pensamientos a un lado.

Ella levantó la vista de las palabras amontonadas de su padre y dobló el papel, colocándolo donde había estado. Observó el dinero y sintió un dolor profundo en el pecho, que le quitaba el aire y le dificultaba hablar.

—No lo sé. Mi familia ya no está y... —contuvo el llanto pero su voz sonó quebrada igual—, llegué demasiado tarde para cumplir el propósito de todo esto.

—Tienes una nueva familia, Ofelia, yo soy tu familia ahora.

Ella se acercó y lo abrazó. Tenía razón, ahora eran ellos dos. Era un nuevo comienzo en la vida de ambos, pero se sentía incapaz de utilizar ese dinero que implicaba el tráfico de vidas, sueños. No podría tener jamás la conciencia tranquila al respecto.

—No sé qué haremos con esto, no lo quiero.

—Tampoco podemos devolverlo —acotó Salvador.

No podían quedárselo para ellos pero tampoco podrían entregarlo a la Orden. Jamás tendrían paz. Habían sido arrastrados hacia esa situación en contra de su voluntad, y aun habiendo resulto el enigma, no podían hacer nada. Más allá de la moral, Ofelia sabía que lo único que la había mantenido con vida durante aquel infierno, había sido la posibilidad de que ella los guiara al dinero, pero una vez que lo tuvieran, su presencia no sería necesaria, incluso se transformaría en un estorbo o un problema. Los golpes de Emilio en la puerta del panteón los hicieron volver en sí.

—No quisiera molestar, pero debemos irnos para llegar a tiempo —le oyeron decir desde el otro lado de la puerta.

—Cierra la caja, Ofelia, la llevaremos y ya decidiremos luego qué hacer con ella.

Ofelia obedeció. Cerró la caja y permitió que Salvador la cargase, cubierta a medias con su saco. Intentaron colocar la lápida en su sitio con poco éxito, era evidente que había sido removida; de cualquier forma importaba poco, ya que el mausoleo permanecería cerrado con llave hasta que en algún momento ellos pudiesen regresar.

Salieron al exterior y recorrieron el camino hasta el carruaje con prisa. Emilio, consciente del bulto que llevaba Salvador, permaneció en silencio todo el camino. Sólo abrió su boca cuando los dejó en la estación para advertirles que buscaría a Dámaris y regresaría.

El reloj anunciaba que faltaba media hora para que el tren saliera. Se apresuró a acortar el camino que distaba desde la estación hasta el hotel donde la había dejado. Resultaba fácil aparentar tranquilidad, pero dentro de él había un campo de batalla. Su fidelidad siempre había sido hacia Carrasco, pero eso no significaba que matar hombres fuese una tarea fácil. No se habían resistido, incluso había sido fácil llegar y acercarse al lugar sin ser visto. Dos disparos. Dos cuerpos. Nada más.

—¿Salvador está bien? —preguntó Dámaris al instante en que lo vio atravesar la puerta. Era interesante ver cómo la sangre es lo más importante en los momentos de estrés.

—Sí, señora, debemos irnos.

Ella lo siguió, sin miramientos. Llegaron a la estación con sólo diez minutos extras de tiempo. Ofelia estaba tomada del brazo de Salvador y ambos aguardaban sentados en un lugar apartado del resto de la gente. Cuando Dámaris los vio, corrió hacia ellos.

OfeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora