Capítulo 2

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Elena tamborileaba los dedos blancos y delgados sobre la superficie sólida de la mesa. La cocina de hierro negro por el carbón, tenía fuego que ardía y sobre él una olla con agua hirviendo donde se cocían algunas verduras, llenando el ambiente de un aroma delicioso. Sus manos estaban frías y tenía los ojos perdidos en alguna parte del cielo que observaba por la ventana, gris, cubierto de nubes que anunciaban la lluvia. Ofelia entró a la cocina, aún llevaba el luto por su padre. El vestido cubría sus brazos y era largo, casi hasta los tobillos.

—Buenos días mamá —se inclinó hasta la mujer que salió de su sopor al escuchar la voz de su hija mayor, y le dio un beso en la mejilla.

—Buenos días Ofelia —Elena sonrió y tomó la mano de su hija entre las suyas.

Las manos de la jovencita estaban tibias y se estremeció ante el toque helado de su madre, pero no dijo nada.

—A tu padre le encantaban los días así. Samuel amaba la lluvia y los días grises —Suspiró Elena, vaciando el aire que contenía en sus pulmones.

Ofelia levantó la vista hacia la ventana y contempló el cielo como su madre. Casi podía imaginarlo caminando por el campo con sus guantes de trabajo, cortando leña, podando las plantas, dándole de comer a las gallinas, cuidando los jacintos. Sonrió con nostalgia.

—Yo también lo extraño mamá —abrazó a su madre y sintió cómo ella se relajaba en sus brazos, sollozando y dando libertad a las lágrimas que rodaron por sus mejillas.

—Aún no entiendo cómo pudo pasar. Tu padre era tan cuidadoso, nunca había tenido problemas para cabalgar.

—Fue un accidente mamá...

—Han pasado dos semanas pero lo extraño tanto Ofelia, no sé cómo viviré sin él —Se apartó del abrazo de su hija, secó sus lágrimas con el dorso de una mano y forzó una sonrisa.

—Sé que lo extrañas mamá, todos lo extrañamos.

Un nudo apretaba su garganta. No podía llorar ahora que su madre se había calmado. Tenía que simular que era fuerte, Elena necesitaba saber que ella y su hermana estaban bien. Se conformaba con llorar por las noches abrazando su almohada, ahogando los sollozos.

—¿Tu hermana ya se ha levantado? —Elena se puso de pie, había adelgazado y su ropa le quedaba ligeramente suelta, sacudió migas invisibles de su vestido y se acercó hasta la olla que estaba al fuego para revisar su contenido.

—Aún no pero estaba despierta, no creo que tarde en levantarse.

—Ofelia, ¿has escrito algo desde la muerte de tu padre? —La pregunta la desconcertó un poco y la miró asombrada, luego negó con la cabeza—. Deberías hacerlo querida, a él le encantaban tus poesías, le encantaba presumir ante sus amigos que tenía una hija escritora.

—No soy escritora mamá —contestó un poco molesta.

Samuel Herrero siempre le había dicho a su hija que tenía un don con las palabras, para transmitir sus sentimientos. Había aprendido a leer y escribir a temprana edad y eso lo había maravillado; insistía en que Ofelia compartiera sus poesías con él. Solía sentarse en un viejo sofá mullido y llamaba a su hija mayor para que leyese mientras él bebía algún licor y descansaba luego de la cena. Ahora que su padre no estaba en casa, evitaba pasar por la pequeña sala donde el sillón seguía esperando.

—¿Te gustaría serlo? —Insistió Elena, tomando nuevamente las manos de Ofelia entre las suyas; la muchacha frunció el ceño.

—Pues.... Sí, siempre me ha gustado escribir, pero es algo complicado.

OfeliaWhere stories live. Discover now