Capítulo 25

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La melodía lo despertó en medio de la noche, era lúgubre y estaba cargada de nostalgia. Abrió los ojos que tardaron unos minutos en acostumbrarse a la penumbra, y distinguió el débil resplandor de la lámpara colándose por la abertura de su habitación. Salió de la cama despacio y sintió el frío del suelo en sus pequeños pies descalzos. Avanzó en silencio, siguiendo la música que provenía del mismo espacio iluminado de la casa; se detuvo sobre la alfombra del comedor y observó los dedos largos y blancos de su madre que acariciaban el piano. Ella tenía los ojos cerrados y algunas lágrimas se filtraban por la cortina de sus pestañas, humedeciendo su piel y resbalando por sus mejillas. El pequeño sintió que su corazón se movilizaba, le dolía ver llorar a su madre. Caminó lentamente, para no hacer ruido, se deslizó en el taburete que Camila ocupaba y con su rostro mojado en lágrimas susurró «No llore mamá», tomó su mano y la apretó con suavidad. Los ojos de su madre estaban perdidos y no reaccionó al tacto del pequeño, imposibilitada de seguir tocando, tarareó la melodía al tiempo que hamacaba en sus brazos al niño.

*-*-*

Ofelia despertó sobresaltada por un estruendo. En un movimiento brusco al incorporarse, parte de los papeles que había estado revisando y sobre los que se había quedado dormida, cayeron al piso con un suave sonido que asemejó el aleteo de un pájaro. Se quedó muda, petrificada, tratando de analizar si había sido un sueño o realmente aquel ruido había existido. El silencio de la noche era tal que cuando escuchó el grito de Fátima rompiéndolo, su cuerpo reaccionó con un espasmo, su estómago se contrajo y los pelos de su nuca se erizaron. Unos segundos más tarde retumbó un estruendo similar al que la había despertado y comprendió que había sido un disparo.

Se puso de pie en un salto, el estudio de Samuel se hallaba en completa oscuridad, ya que la lámpara que Ofelia había llevado con ella aquella tarde, estaba apagada. El frío filtraba por debajo de la puerta y la corriente le permitió orientarse en aquella dirección; caminó lo más rápido que le era posible mientras extendía sus manos para evitar chocar contra los muebles. Se asió del picaporte y empujó, pero la puerta no cedió; tanteó con una mano hasta encontrar la llave que permanecía en la cerradura y dio media vuelta para abrir, entonces empujó de nuevo. El aire frío le golpeó el rostro y giró en dirección a la casa que se erguía en la oscuridad.

El silencio reinaba nuevamente, las hojas secas de los árboles que aún no habían sido desnudados por completo con la llegada del invierno, danzaban con el viento nocturno y también crujían bajo sus pies en la completa oscuridad que la rodeaba. No estaba lejos de casa y sin embargo el camino le parecía eterno, quería ordenarle a sus piernas que corrieran más rápido pero el miedo también se había adueñado de su cuerpo. Quería abrir más sus párpados, que sus pupilas fuesen invadidas por la luz para poder contemplar más allá, pero la oscuridad era total. Sus pies tropezaron contra las raíces salientes de un nogal que estaba cerca de la casa y trastabilló hasta encontrar el equilibrio, sus dedos se aferraron a la corteza mientras pegaba su cuerpo contra el tronco. Agudizó su oído para escuchar, alguien en el interior de la casa tarareaba una melodía cargada de nostalgia.

El corazón latía desenfrenado en su pecho, intentó escuchar algo más pero el silencio invadía todo, sólo percibía la melodía que, inexplicablemente, la llenaba de tristeza. Se apartó del árbol y dio un paso adelante cuando escuchó el chillido de las bisagras que sostenían la puerta de su habitación, el sonido era inconfundible y no recordaba ya cuántas veces había escuchado a su hermana quejarse del ruido cuando se levantaba por las mañanas. Estaba dispuesta a avanzar pero descubrió una silueta nueva que llegaba bordeando la pared lateral de la casa. Llevo una mano a su boca para evitar gritar, y nuevamente intentó ver algo más que oscuridad.

*-*-*

Habían llegado tarde, lo supo cuando descubrieron el caballo atado a un árbol en las cercanías de la casa. Salvador enlentecía la marcha y lo habría dejado atrás si no fuese porque sabía que sólo lograría empeorar la situación. Caminaba siguiéndole los pasos, con una mano en su hombro y en silencio. Al escuchar el primer disparo, su piel se erizó y los músculos de su cuerpo se contrajeron. Salvador clavó los dedos en su hombro pero no le dolió porque su mente vagó más allá del momento. Convenció al ciego de quedarse en el sitio, apoyado en un árbol y oculto entre los arbustos; él no se quejó porque comprendió que no podría hacer mucho en un lugar desconocido y sin poder ver. La frustración comenzó a movilizarse por su ser cuando escuchó los pasos de Guillermo alejándose y su conciencia repitiendo que él era sólo un estorbo.

OfeliaWhere stories live. Discover now