Capítulo 19

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Fátima abrió la pequeña valija que había llevado con sus pertenencias a la casa de los Carrasco, la colocó sobre la cama y comenzó a meter - sin cuidado - sus cosas dentro; abrió los cajones de la cómoda donde había colocado su ropa y sin doblarla siquiera, la arrojó a la maleta. Con cada golpe que le daba a los cajones para cerrarlos, pensaba que la vida estaba siendo demasiado injusta con ella; siempre había tenido que soportar que Ofelia fuese la favorita de su padre, de pequeñas siempre había sido a ella a quien había sentado en sus rodillas mientras leía una historia, a quien le traía tesoros –caracoles, piedras raras de colores o que tenían algún brillo metálico especial - que encontraba mientras cavaba para sembrar sus malditas plantas. Fátima había tenido que contentarse con ser la favorita de su madre, y en cierta forma Elena lo había hecho para que ella no notase que Samuel dedicaba todo su tiempo a Ofelia. Ahora, cuando su padre había muerto, aún seguía siendo la favorita porque era ella quien podía quedarse en la ciudad, estudiar y llevar una vida cómoda mientras a Fátima le tocaba cuidar de su madre, quien se había vuelto bastante delicada con la viudez y ya ni siquiera conversaba con ella o demostraba interés en las cosas que le sucedían. En su mente se grababa a fuego una interrogante ¿cómo conseguiría un marido para salir de aquel lugar si se pasaba el día alimentando animales y cuidando plantas? Lanzó frustrada el último par de medias a la maleta y la cerró con un poco de dificultad.

No podía dormir pensando en que sería su última noche en la casa de los Carrasco y que debería regresar a su monótona vida, amaba a su hermana y era consciente de que la había hecho enfadar con aquella conversación sobre Salvador, pero creía que ella había ido demasiado lejos obligándola a regresar a casa. Se puso de pie y colocó encima de su camisón una bata, salió al pasillo con la excusa de ir hasta la cocina a beber un vaso de agua, pese a que sobre su mesilla de noche había una jarra llena de agua fresca y un vaso limpio. Caminó en puntillas para no despertar a nadie, pero al pasar por frente a la puerta de la habitación de su hermana, escuchó un murmullo de voces que llamaron su atención. Se agachó y espió por la mirilla, el limitado campo de visión no le permitió ver nada importante, así que pegó su oído a la puerta y escuchó la voz de un hombre que conversaba con Ofelia, entonces se preguntó que hubiese pensado su padre al enterarse que su favorita recibía visitas masculinas en su habitación a mitad de la noche.

*-*-*-*

El murmullo de la rama de paraíso golpeteando contra su ventana la despertó una vez más, una de las hojas de la abertura estaba abierta y la cortina se agitaba con el viento. Se puso de pie y caminó para poner todo en su lugar.

—Buenas noches Ofelia —dijo una voz cuando ella terminaba de cerrar la ventana, pegó un salto y llevó la mano a su boca para evitar gritar —. Lamento asustarla.

El enmascarado salió de su escondite en un rincón de la habitación, la había observado dormir durante al menos cinco minutos antes de que ella despertara, se veía como un ángel, pura, nívea. Ofelia podía verlo con la tenue luz que ingresaba por la ventana, llevaba el rostro cubierto otra vez. Ella caminó hasta la mesa donde había una lámpara y rebuscó los fósforos para encenderla, pero él la tomó de la muñeca para que no lo hiciera.

—Será mejor así, si alguien ve luz en su habitación no traerá más que preguntas incómodas de responder —Ella asintió con la cabeza y miró el lugar donde él continuaba sosteniéndola, donde sus dedos la aferraban con suavidad, incluso con delicadeza, sin hacerle daño.

—¿Por qué no se quita la máscara?, de todos modos ya sé quién es.

Guillermo asintió con la cabeza y desanudó el pañuelo atado en su nuca, entonces sonrió al tiempo que la miraba a los ojos.

—He venido a hablar con usted sobre temas importantes Ofelia. Primero creo que sería mejor si nos corriésemos de la ventana, sólo por si acaso.

OfeliaWhere stories live. Discover now