Capítulo 36

1.7K 170 31
                                    

La señora Dámaris había mandado acomodar todos los muebles, quitar las hojas secas de la galería, cambiar sábanas y sacudir colchones. Isabela maldijo en voz baja cuando le ordenaron fregar las manchas de sangre seca en la galería; tuvo que contener la respiración mientras cepillaba con frenesí y contemplaba las burbujas rojas que se formaban por la mezcla del jabón, agua y sangre. Sabía que allí había muerto la señorita Fátima y no entendía muy bien por qué la señora Ofelia querría empezar su vida de casada en una casa maldita donde toda su familia había conocido la muerte. Se puso de pie y sacudió el delantal en la zona de sus rodillas, quitó con el dorso de su mano los cabellos que se habían desacomodado de su moño, cayendo sobre sus ojos. Bajó rezongando los escalones de la galería y se encaminó hacia la canilla desde donde podría sacar agua para terminar la tarea, llevaba en sus brazos un balde y mientras esperaba que se llenara de agua, contempló a algunos hombres que llevaban muebles para redecorar la casa. Sus ojos se posaron en uno de ellos que cargaba un espejo de pie, tenía barba de varios días y su aspecto era demasiado desaliñado, incluso para transportar muebles.

El ruido del agua desbordándose del balde le hizo volver la atención a su tarea. Cargó con dificultad el recipiente hasta la galería donde humedeció el cepillo en el agua limpia y continuó fregando sin parar. Observó desde la galería cómo los hombres sacaban el colchón que había pertenecido a Elena, la madre de Ofelia. El estómago se le revolvió al ver que estaba completamente cubierto de sangre; emanaba un olor nauseabundo y sin poder ser capaz de evitarlo, corrió hasta las plantas que había a un costado de la galería para vomitar los restos de su desayuno. Percibía una transpiración fría que le recorría la espalda, tenía miedo, quería escapar de aquella casa lo antes posible y sin embargo la señora Dámaris le había ordenado quedarse para servir a los recién casados. Apoyó una mano en la corteza del nogal que estaba a su lado y se limpió la boca con el dorso de su otra mano, el gusto que el vómito había dejado en su boca le daba náuseas otra vez.

Más allá del árbol, distinguió un camino que llevaba hacia otra construcción un poco más alejada de la casa. Segura de que no podría volver a ingresar a la casa a continuar su tarea sin descomponerse nuevamente, se enderezó y decidió investigar qué había al final de aquel camino. A ambos costados crecían plantas salvajes, denotando que durante bastante tiempo nadie había hecho el recorrido. Isabela caminó con precaución hasta llegar a la construcción adicional, sólo tenía una ventana con los postigos cerrados y una puerta que cedió al primer intento de accionar el picaporte. La empujó con suavidad y percibió una luz en el interior. Su corazón comenzó a latir con rapidez, el sentido común le gritaba que se alejara de aquel sitio pero la curiosidad era más fuerte y dio un paso hacia el interior del cuarto. Un quinqué reposaba sobre el escritorio y comprendió en seguida que era el estudio de Samuel Herrero porque estaba atiborrado de frascos y sustancias que el farmacéutico debía haber utilizado para hacer sus preparaciones. El recinto parecía estar vacío, pero la llama del quinqué le indicaba que no era así. Quiso dar un paso atrás para salir pero una mano fría cubrió su boca y nariz, impidiéndole respirar. Intentó morder pero su atacante apretaba con fuerza. El hombre susurró en su oído que se callara y ella asintió desesperada con la cabeza, la mano aflojó el agarre y Pablo sonrió detrás de una tupida barba que ocultaba la mitad de su rostro.

*-*-*

Antonio miraba a través de la ventana de su estudio cómo Emilio cargaba el equipaje de Ofelia y Salvador para llevarlos hasta su nuevo hogar. Sus entrañas se apretaron y un sabor ácido subió desde su estómago, quemando todo a su paso, encendiendo fuego a su garganta. Se sintió inmerso en una nube de recuerdos, Salvador había nacido en verano, era tan pequeño y delicado que había temido romperlo cuando Dámaris lo colocó en sus brazos. La piel de las manecitas estaba cubierta de arrugas y los deditos largos con uñas rojizas, se habían aferrado a su índice con fuerza mientras los pequeños ojos oscuros intentaban enfocar a su padre. Era demasiado consciente de que él ya no formaba parte de la vida de su hijo y que todo tipo de vínculo entre ambos se había roto cuando Pablo asesinó a la familia de Ofelia.

OfeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora