Capítulo 47

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Hacía mucho tiempo que no compartían el almuerzo en familia; Antonio había hecho su aparición a media mañana y el acontecimiento ameritaba que la familia comiese junta. Ofelia lo había visto entrar al comedor, y el semblante que llevaba no auguraba cosas buenas. Su suegro estaba pálido, ojeroso, demacrado y por demás delgado. La había saludado cordialmente e incluso se había mostrado cariñoso con Dámaris cuando, al verla, había dejado un beso en su mejilla. Sin embargo, en el momento del almuerzo casi no había probado bocado, y parecía estar formando parte de una realidad totalmente diferente. Dejó la cuchara sorpresivamente, levantó la mirada de ojos aguados y la dirigió hacia su hijo, quien se había abstenido de dirigirle la palabra.

—Salvador, necesito que vayas a mi despacho luego de comer —No esperó una respuesta, sino que tan sólo se puso de pie—. Disculpen.

Y abandonó la sala.

Dámaris no se inmutó, por el contrario, siguió comiendo como si nada hubiese sucedido. Salvador tenía el rostro contraído en un gesto de completo fastidio y Ofelia no sabía qué hacer. Su estómago se había cerrado ante la incomodidad, pero sin embargo se decidió a terminar el plato de comida.

Salvador salió de la sala en silencio. Intentó controlar el desprecio que sentía ante la situación de hablar con su padre, pero necesitaba escuchar lo que iba a decirle, aunque no esperaba nada bueno. La puerta del estudio estaba abierta y Antonio permanecía de espaldas, mirando a través de la ventana; cuando escuchó que su hijo entraba, se sentó detrás del escritorio. Lo conocía de sobra para saber que no quería ni necesitaba que lo ayudara.

—¿Qué quieres? —preguntó Salvador, yendo al grano como era típico de él.

—Pablo está muerto, Isabela también —Antonio conocía lo suficiente a su hijo como para saber que si no le daba información de ese tipo, no cedería.

—¿Isabela también? —preguntó desconcertado—. Ella envió una carta a Ofelia.

—Sí hijo, Isabela también está muerta. Sé de la carta. Escúchame, no importan los planes que tengan, deben irse —se puso de pie y caminó hasta un armario, sacó de su interior una bolsa en la que colocó dinero y luego se la acercó a su hijo—. Toma esto, es suficiente para que se vayan. Y tengo algo más...

—No queremos tu dinero, padre —contestó enojado.

—Hijo, ustedes serán los próximos. Por favor, no discutas, toma lo que voy a darte y váyanse. Lleva a tu madre con ustedes —Hurgó en el cajón de su escritorio y tomó tres boletos de tren que dejó en la mano de Salvador—. Escucha, el tren parte al anochecer, los quiero fuera de todo esto lo antes posible.

—No podemos irnos, están vigilándonos. No llegaremos demasiado lejos.

—Eso no será un problema, yo les ayudaré con la vigilancia. Escucha. El tren los llevará hasta Francia, desde allí deberán abordar un barco rumbo a América. Eso los pondrá seguros. No te pido nada más que eso, Salvador. Sé que he sido un mal padre, sólo quiero ponerlos en primer lugar ahora. He fallado en muchas cosas, no me dejes cargar con esto también.

Salvador cogió lo que su padre le entregaba. Se mantuvo en silencio unos momentos, luego se puso de pie y se aproximó hasta él.

—Si puedes generar distracción en la vigilancia, necesito que lo hagas un poco antes del horario de partida del tren. Ofelia y yo tenemos que hacer algo.

Antonio lo miró con curiosidad, sólo entonces se percató de que los ojos de su hijo habían vuelto a ser oscuros y que no parecían ciegos.

—Salvador... ¿Puedes verme? —preguntó conteniendo el aliento.

OfeliaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin