Capítulo 21

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El gesto grabado en su rostro la petrificó, aunque sabía que no podía verla, sentía el odio reflejado en las facciones tensas de su cara. Tragó saliva y sintió cómo descendía por su garganta.

—¿Para qué me pediste que viniera? —preguntó con un hilo de voz.

Salvador se puso de pie y caminó, tomándose del borde de la mesa, hacia la dirección desde donde provenía su voz. Se paró a escasos centímetros de Ofelia y extendió los dedos hasta que pudo tocar su piel, era suave, tal como la había imaginado, ahuecó su mano sintiendo el calor del aire que exhalaba y rozó con su pulgar los labios de la joven. Ofelia cerró los ojos, sintiendo que su estómago se anudaba y su corazón se saltaba un latido.

—¿Por qué? —susurró Salvador haciendo que ella abriera sus párpados nuevamente.

—¿A qué te refieres? —Juntó sus cejas sin comprender.

La soltó, quitó su mano que aún conservaba el calor de su aliento y dio un paso atrás, trastabillando y sintiéndose el hombre más inútil sobre la faz de la Tierra. Un sentimiento de frustración e ira comenzó a filtrarse por su piel, a invadir cada espacio de su ser, y golpeó la mesa con el puño cerrado, haciéndose daño. Ofelia ahogó un grito de sorpresa y sintió temor de él.

—¿Quién es?, ¿quién te visita por las noches Ofelia? —mantuvo el puño cerrado y la mandíbula encajada, las palabras salían entre sus dientes y parecían el silbido de advertencia de una serpiente antes de morder.

—Yo... —tartamudeó y eso fue suficiente para que él supiera que su hermana decía la verdad.

—Ahórrate la vergüenza de que mis padres te echen y recoge tus cosas para irte.

Le dio la espalda y caminó pausadamente hacia el sillón que había ocupado antes para leer. Sentía los pies anclados en el piso y el peso de la decepción caía sobre sus hombros. La mujer que había pensado que Ofelia era no correspondía a otra cosa que al mundo de su imaginación. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos y prefirió cerrar los párpados para evitar que cayeran, él no lloraba, su padre había repetido infinidad de veces que los hombres de verdad no lloran pero también le había repetido que él ya no era un hombre de verdad. Apretó los labios y contuvo el aliento, escuchando la respiración entrecortada de la mujer que aún estaba parada en medio de la biblioteca.

—No es así —sollozó—, él no es mi amante ni nada parecido.

Calló y esperó pero Salvador no decía palabra, continuaba de espaldas a ella, con una mano en el respaldo del sillón y la otra cayendo a un costado de su cuerpo. No sabía qué hacer, necesitaba contarle la verdad, que quien la visitaba era Guerra Escalada y que le había advertido sobre la Orden, sobre su padre y sus secretos; ¿podía confiar en él?

—¿Entonces?, ¿Quién es? —insistió luego de un interminable silencio que golpeaba sus oídos.

Las lágrimas cristalizadas en sus ojos comenzaron a caer mojando sus mejillas, tenía que decirle la verdad.

—Siempre cubre su rostro para verme —comenzó a hablar—, me ayudó la noche que llegué aquí y unos hombres quisieron asaltar el carruaje donde viajaba con Pablo. Me ha hablado de mi padre, de la Orden Non-Scripta y anoche apareció en mi habitación para decirme que Fátima y yo corremos peligro.

Al escuchar los sollozos de Ofelia, Salvador sintió que parte de su mundo se desmoronaba. Apretó sus labios en una fina línea y pensó lo que todo eso que ella había dicho significaba.

—¿Por qué no me contaste? —el tono de su voz se suavizó y Ofelia suspiró antes de contestar.

—No sé en quién puedo confiar y en quién no. Llegué aquí con el único propósito de estudiar y de pronto todo se transformó en una red de trampas donde ni siquiera sé quién fue mi padre.

La puerta de la biblioteca se abrió y Dámaris apareció en el umbral. Ofelia se apresuró a secar sus lágrimas con el dorso de la mano y escapó prácticamente corriendo, escurriéndose por el espacio que quedaba entre el marco de la puerta y el cuerpo de la dueña de casa.

Salvador se enderezó en su sitio, tenía los músculos tensos y miles de conclusiones y preguntas agolpándose en su cerebro.

—¿Qué le has dicho? —preguntó su madre con tono acusatorio.

—Nada —se encogió de hombros y tomó asiento, simulando una sonrisa de satisfacción en sus labios.

Dámaris suspiró con fastidio y abandonó la biblioteca, dejando solo a su hijo. Había guardado la esperanza de que Ofelia y él lograran entablar una amistad que ayudara a su hijo pero comenzaban a disiparse.

*-*-*

Pablo entró a la sala donde se celebraría la reunión y pasó sus dedos por el bigote prolijamente recortado. Miró sus zapatos desgastados y su ropa de segunda mano; los maltratos y desprecios acabarían una vez que lograra cumplir su objetivo, Guerra Escalada tendría que reconocer su eficiencia y ganaría el respeto de los otros miembros de la Orden, incluso el de su padre que había sido tan cobarde e inepto de no poder arreglar el asunto de Ofelia con ella viviendo bajo su mismo techo. Sonrió satisfecho pensando en el futuro y tomó asiento en uno de los sitios alrededor de la mesa que fue llenándose poco a poco con el resto de los invitados. Observó sus caras con desprecio y cierta envidia; ninguno de ellos merecía en realidad estar allí, pertenecer a la Orden y sin embargo todos tenían mayores privilegios que él.

Repasó el plan en su mente con satisfacción, nada podría salir mal, todo estaba calculado y comenzaría en un par de días cuando él viajara a la casa de campo de la familia Herrero, no sólo terminaría el problema de Ofelia, sino que planificaba acabar con el problema de raíz.

—¿Cómo va tu tarea? —preguntó Guerra Escalada dirigiéndose al hijo de Carrasco.

—Todo está en marcha Señor —contestó con una sonrisa de satisfacción.

Guillermo asintió con la cabeza y mantuvo al margen sus emociones. La respuesta había puesto sus pelos de punta; era inminente que se pusiera en acción, el rostro de Ofelia se plasmó en su memoria y la idea de llevarla a un lugar seguro hizo que el sueño escapara de su cuerpo aquella noche.

*-*-*

No bajó a cenar, no tenía apetito y tampoco sentía ganas de compartir el espacio con Salvador. Cuando Isabela había aparecido en su puerta anunciando que la cena sería servida en el comedor, se excusó con un dolor de cabeza y mareos.

Permanecía recostada en su cama, respirando el aroma de su almohada, abrazada al libro de su padre, sintiendo que las lágrimas quemaban sus ojos y que al cerrarlos para evitar que ellas cayeran, parecía que sus párpados estaban cubiertos de millares de espinas. Nunca había sentido por su padre otro sentimiento que no fuese admiración pero ahora estaba cargada de resentimientos, lo culpaba por todas las situaciones que le tocaban vivir e incluso era responsable de su muerte, había sido asesinado por robar y esconder dinero de la Orden y por eso mismo había puesto en peligro a su familia entera.

Abrió el libro que abrazaba en su pecho y dos pétalos azules cayeron sobre el piso de la habitación, lentamente, planeando sobre el aire, dándole tiempo a sus ideas para que se acomodaran y para que su mente le devolviera imágenes de aquella tarde con su padre, cuando habían sembrado jacintos en el jardín de su casa de campo. 

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Hola!, perdón por la tardanza! acá les dejo un capítulo nuevo, espero que lo disfruten y me cuenten qué les va pareciendo. Un abrazo para todos!  

OfeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora