Capítulo 35

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El estómago le daba vueltas, llevaba días siendo invadida por nervios. Cansada de girar en la cama sin poder dormir, después de haber comprobado que el cielo comenzaba a mancharse de anaranjado donde los primeros rayos de luz solar empezaban a alumbrar, decidió levantarse y salir al jardín para respirar el aire del amanecer. Era temprano, apenas las seis de la mañana. Los días comenzaban a alargarse con la llegada del calor y había en aquella hora una quietud propia de la noche que se despide. Caminó en silencio sobre el césped que humedecía el borde de su camisón, podía sentir el frío del rocío en la planta de sus pies, apenas cubiertos por unas zapatillas de tela que se había colocado para salir de la cama. La madera del banco también estaba húmeda y mojó la tela de su ropa, respiró para percibir el aroma del último amanecer que vería antes de casarse.

Todo estaba listo, desde la ropa que usaría cada uno de los integrantes de la familia, hasta el banquete con el que deleitarían el paladar de sus invitados. La ansiedad le comprimía el pecho y parecía que sus pulmones habían reducido a la mitad su capacidad respiratoria. El ruido de las pisadas acercándose la sobresaltó y viró su rostro hacia la casa, asustada. Contuvo la respiración unos minutos hasta que descubrió que la silueta que se acercaba era Salvador. Sus cabellos oscuros delataban que aún no se había peinado, sin embargo estaba completamente vestido y bajaba los escalones de la casa con ayuda del bastón. Una vez que sus pies pisaron el césped, comenzó a caminar hacia el sitio donde Ofelia descansaba.

—Buenos días —saludó ella, disfrutando por primera vez la sorpresa reflejada en el rostro de Salvador durante los segundos que demoró en darse cuenta de dónde provenía la voz.

—Ofelia —murmuró con voz queda y una sonrisa en los labios—. ¿Tampoco podías dormir?

Extendió su mano hasta que palpó la madera húmeda y rodeando el banco con movimientos finamente calculados, ocupó un sitio al lado de la que sería su mujer unas horas más tarde. Los rayos del sol comenzaron a filtrar por la fina tela blanquecina que cubría sus ojos y el espectáculo de sombras surgió frente a él.

—No, hay mucha gente con la que me gustaría compartir este día y que no están —tragó saliva, sintiendo que su boca se secaba con cada palabra que decía.

—¿Estás segura de querer regresar a vivir a la casa de tus padres?

Sabía que él haría esa pregunta porque ella también se la había formulado un millar de veces en los últimos días. No tenía la certeza de poder convivir con tantos recuerdos, le dolerían demasiado pero la ansiedad por conocer la verdad era más fuerte.

—No, no estoy segura de nada, pero las dudas nos hacen perder la razón y prefiero soportar el dolor de la verdad a vivir una vida llena de incertidumbres y mentiras.

Salvador no emitió palabra durante unos segundos. Comprendía que Ofelia quisiera develar los misterios por los que su familia había muerto, él quería ayudarle pero más que nada quería protegerla, ahorrarle dolor, llenar su vida de sonrisas, no de lágrimas. Los dedos tibios de Ofelia rozaron su piel y se estremeció. Tomó su mano y poniéndose de pie, tiró con suavidad para que ella también se parara. Salvador giró hasta que Ofelia quedó a contraluz y pudo percibir su silueta. Aunque eran sombras no lo engañaban, su corazón dio un vuelco y las lágrimas se comenzaron a amontonar en sus ojos al tiempo que se sentía un imbécil e intentaba esconder la emoción de verla, aunque sólo fuesen recortes de luz sobre oscuridad.

—¿Qué sucede? —preguntó preocupada al ver la reacción.

—No tengo nada para ofrecerte. Quiero pensar que mi amor, mis ganas de hacerte feliz y construir una vida contigo son suficientes. Intento convencerme cada día de que debería dejarte libre para que conozcas a alguien que te dé más de lo que yo puedo dar, pero soy un egoísta porque no puedo.

OfeliaWhere stories live. Discover now