Capítulo 33

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El doctor levantó la mirada del pesado volumen que estaba leyendo cuando escuchó los golpes en la puerta del estudio que utilizaba como consultorio en su casa. Dolores, la enfermera que además era su asistente, abrió la puerta.

—Doctor, tiene visita—anunció.

Solano, desconcertado por unos segundos, asintió con la cabeza.

—¿De quién se trata Dolores? —preguntó. No recordaba tener citas programadas, la noche ya se avecinaba y supuso que se trataría de una emergencia.

—Es el joven Carrasco doctor, no tiene cita, pero insiste en que necesita hablar con usted.

—Hazlo pasar Dolores. Prepara mi maletín, saldré a hacer el recorrido luego de ver a Salvador.

La mujer obedeció y volvió a desaparecer detrás de la puerta. Manuel se rascó pensativo la nuca. Había atendido a Salvador luego del accidente y sabía que detestaba asistir al consultorio después de aquel fatídico día en que había perdido la vista; aquel lugar, donde había trabajado como compañero del médico, le generaba frustración.

Percibió el golpeteo del bastón contra la pared antes de que la puerta se abriera y la enfermera guiara a Salvador al interior del consultorio. El olor del alcohol mezclado con otras drogas se filtró por sus fosas nasales y en su memoria aparecieron miles de imágenes de los días previos al accidente, cuando había acompañado al médico por su recorrido en los pueblos aledaños.

—Buenas tardes Salvador —Solano se puso de pie, acercándose hasta el sillón que ocupaba el ciego y estrechó la mano que Salvador le ofrecía, suspendida en el aire a unos centímetros más a la izquierda de donde él se encontraba.

—Buenas noches Doctor —una sonrisa nerviosa surcó sus labios —disculpe que haya venido sin sacar cita, probablemente si lo hubiese hecho no habría venido. Esto es un impulso, espero que sepa entender...

—¿Qué sucede muchacho? —inquirió el doctor volviendo a ocupar su sitio.

—Usted dijo que había esperanzas —comenzó y Solano comprendió que se refería a su ceguera —. Dijo que conocía a alguien que podía ayudarme, y necesito esa ayuda.

Manuel frotó sus manos mientras analizaba al muchacho sentado en frente. El rostro de Salvador estaba dirigido hacia él y la mirada blanquecina parecía atravesarlo. La ansiedad estaba presente en cada una de sus facciones e incluso la podía ver en el leve movimiento de la pierna izquierda que se meneaba acompasadamente como si siguiera el compás de una música inaudible.

—¡Claro que sí Salvador! Pero permíteme la curiosidad de preguntarte qué te ha hecho cambiar de opinión.

—Voy a casarme —levantó una ceja, esperando escuchar la sentencia o un reproche similar al que su padre había hecho.

—¡Felicitaciones! —exclamó el médico, se puso de pie y caminó hasta su lado para abrazarlo —Es una noticia maravillosa Salvador, ¿quién es la afortunada?

—Ofelia Herrero —sonrió —necesito poder ofrecerle algo más que mi apellido y la carga de un ciego.

Su rostro se ensombreció, haciendo que la sonrisa que antes había estado allí desapareciera. Cerró un puño y su cuello se tensó al tiempo que su mandíbula se apretaba. Manuel reconoció el nombre y un escalofrío lo recorrió, no conocía a la jovencita pero sí tenía una idea formada sobre quién había sido su padre.

La voz de Dolores se oyó desde el otro lado de la puerta, cargaba el maletín en una mano y el abrigo del doctor en la otra; Solano recogió lo que la enfermera le tendía y cerró la puerta nuevamente. Abrió el maletín y comprobó que todo lo que necesitaba estuviese allí, rebuscó en un armario varios frascos y los guardó con el resto de las cosas.

OfeliaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz