Capítulo 40

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Como es típico en este país, una vez que repartes la torta de cumpleaños, la mayoría se van.

Mamá sacó una bonita y sencilla torta, la cual Kelvin le pidió guardara para nosotros comer al día siguiente con café, puesto que él ya había escuchado de sus dotes para las tortas.

En su lugar, bajaron de su camioneta una elaborada torta de dos pisos, un relleno de chocolate y una capa de crema pastelera con excelente sabor. El piso bajo y el superior tenían ocho velas y una en el medio. Me costó apagar todas las velas al pedir mi deseo.

Pensé en muchas cosas, pero lo primero que se me ocurrió fue lo mismo que dijo Marcelo: que este momento sea eterno.

Después de eso, se comenzaron a ir a sus casas como vinieron. Mamá me dió permiso de quedarme un poco más con mis amigos y Julio pidió permiso por Charlie, con la promesa de llevarlo luego a su casa. Para mi desgracia, el viejo Benson aceptó. A Andrea también le permitieron quedarse; los demás se fueron.

Los padres de Kelvin me dieron un gran abrazo,m e recordaron con la mirada lo que me habían dicho y se fueron con los padres de Stephanie.

Hoy somos diez, Gustavo y Andrea sumados a nuestro grupo de ocho que estuvimos de fiesta en el club.

Las bebidas que trajeron mis compañeros del colegio ya están haciendo un poco de efecto, aunado con el que hizo el papá de Stephanie que, si bien no estaba muy fuerte, tenía licor.

El alcohol, en definitiva, no es amigo de nadie.

El alcohol te hace sacar quien realmente eres: orientación sexual, gustos musicales, defectos, virtudes, llorar a tus ex's y, lo que yo considero lo peor: confesar tus secretos.

—Andrea, ven. Te presento a Kelvin, mi novio —mi chico le extiende la mano con una gran sonrisa.

Charlie me fulmina con la mirada y yo suelto una carcajada al ver los ojos de Andrea de par en par.

—Estás bromeando, ¿no?

—No —responde Kelvin y me da un beso en la mejilla.

A Andrea se le dibuja una sonrisa maliciosa y voltea en dirección de Charlie, quien no ha quitado la mirada de nosotros.

—¿Benson lo es? —me pregunta en un tono bajo al regresar su vista hacia a mí.

—No... —pauso—... lo sé —suelto una carcajada.

Ella se ríe, aunque la verdad tiene una cara de que confirmó sus sospechas.

Armamos un círculo con las sillas y nos sentamos a hablar.

—Bueno, chicos —me paro entre ellos—. Los tres mosqueteros —señalo a Marcelo, Ariadna y Nicola, quienes hacen poses de época medieval— nos salvaron hoy trayendo alcohol del bueno, lo que tomamos los adultos.

Todos sueltan unos gritos de triunfo y yo me río.

—Vamos a hacer esto interesante. Vamos a jugar un juego para subir un poco más el nivel de alcohol en la sangre y se pongan sinceros. Luego, jugaremos el famoso Yo Nunca He para saber qué tan perversos son. ¿Quiénes saben jugar Blackjack?

Solo Kelvin y Julio levantan la mano.

—Juego simple. Les doy dos cartas y ustedes tienen que tener veintiuno o un número más próximo a ese por debajo. Quién tenga más de eso, pierde, quien tenga menos que los demás, pierde. El que pierda, tendrá que tomar un shot de vodka.

Todos asienten y están de acuerdo en jugar. Así que muevo las cartas y reparto dos a cada uno en el sentido de las agujas del reloj. En ese mismo modo, comienzo a preguntar:

Enséñame a SoñarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora