Capítulo 11

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La comida estuvo mejor de lo que olía. Estuvimos un buen rato comiendo, y escuchando los juicios extraños que le ha tocado presidir al papá de Kelvin.

La duda que yo tenía era si cuando éramos pequeños, también era juez. Pero entendí que mientras la mamá se especializaba en estética, él estudió derecho y ejerció allá, aquí se le hizo más fácil conseguir ser juez.

—Voy a acostarme un rato —se disculpa la mamá de Kelvin, luego de bostezar.

—Voy a acostarme arriba de ella un rato —se levanta el papá enseguida.

—¡Papá! —Kelvin le lanza un cojín—. No necesitábamos saber eso.

El ambiente en la sala queda un poco incómodo luego de que Kelvin y yo quedemos solos en la sala. Debe querer proponer algo, y supongo que tiene pena. Lo que sí puede estar seguro, es que no va a pasar más allá de un beso y que yo no voy a proponer algo.

—Ven, te quiero mostrar algo en mi habitación.

¿Qué cosa? Si ya conozco su habitación.

Subo detrás de él y, antes de entrar a su habitación, su padre grita desde su habitación que recuerde el kit preventivo que tiene en su gaveta al lado de la cama. Me imagino más o menos qué es tal cosa.

Kelvin le ignora y cierra la puerta en silencio detrás de sí. Me siento en la silla del escritorio antes de que me ofrezca otra cosa y él se sienta en la cama.

—¿Qué me ibas a mostrar?

—La verdad...

—Mejor, cuéntame algo que me intriga —le interrumpo—. ¿Por qué eres tan impulsivo con el tema del abuso?

Kelvin se le borra la sonrisa tonta que tenía en la cara y, en su lugar, desvía la cabeza hacia la ventana. Su rostro toma el tono oscuro que ha tenido las dos únicas veces que hemos hablado de ese tema.

Me levanto y me siento a su lado, en la cama. Paso una mano por su pierna, indicándole que si no quiere hablar de eso, no hay problema. Kelvin se deja caer en la cama, con un brazo debajo de su cabeza y palmea su pecho para que me acueste en él.

—¿Recuerdas que era más gordito cuando era pequeño? —pregunta, después que me he acostado en su pecho.

—Lo recuerdo —respondo, después de buscar en mi mente.

—No sé de otro lado, porque yo crecí en Estados Unidos. Pero allá los niños son crueles. Si le dices a tus padres y ellos van a hablar con los profesores, es peor.

Su respiración suena agitada, como que le pesa hablar del tema.

—Entiendo. Insisto, si no quieres hablar del tema, no importa.

—Ahora te quiero contar —besa mi cabello—. Cuando comencé el cuarto grado, todo fue peor. No solo era conmigo, era con todos los niños extranjeros, con sobrepeso, negros, muy flacos, muy altos, muy bajos. Todo aquello diferente a lo que eran los niños promedios.

Me levanto de su pecho y me acuesto boca abajo, con mi cabeza posando sobre mis dos manos.

—No me veas así, que me provoca otra cosa —dice, mirando al techo.

Me acuesto a su lado, viendo al techo también.

—No había manera física en que pudiera defenderme. Le dije a mi papá que quería aprender algo que me permitiera defenderme de los abusos y a perder peso. Papá nunca estuvo de acuerdo en que la via violenta fuese la solución, mamá fue quien lo hizo cambiar de opinión, alegando que no siempre da efecto la diplomacia.

Enséñame a SoñarWhere stories live. Discover now