—Claro... Nicolas. Bueno, el motivo de que estemos sentados aquí es...

—No nos vamos a unir a ningún club gay o algo así —le interrumpe Kelvin y yo siento que me voy a quedar atorado con la comida.

—No seas un idiota, Kelvin. Mira que somos los únicos en el colegio que les queremos hablar —arremete la tal Ariadna.

Kelvin se disponía a responder, le palmeo la pierna y propongo comenzar de nuevo. Se iba a levantar, pero los detuve a tiempo para que olvidaran la parte de la presentación. Stephanie está sentada a mi lado, con un jugo para bebés, volteando en dirección de los chicos y a la nuestra como un ventilador.

—Pensamos en darle apoyo a ustedes y ustedes a nosotros. No es un club gay, es solo amistad —propone Nicola.

—No queda mucho de año escolar, pero seis meses pasan lento cuando se convierten en una tortura —agrega Marcelo.

—Además, podemos ir juntos a bares gay, bucear chicos, entres otras cosas —comenta Ariadna.

—Tu ni si quiera eres gay —le recuerda Stephanie.

—¿Y? —se ríe—. Tener amigos gay es lo mejor que puede haber en el mundo.

—¿Desde cuándo son amigos? —cuestiono, curioso.

—Nosotros desde primer año —Marcelo señala a Nicola—. Ariadna llegó en tercer año.

—Yo los ví tan lindos juntos y me uní a ellos —admite Ariadna.

—¿Ustedes...

—¡Dios me libre! —se espanta Nicola, interrumpiendo a Stephanie.

Al observar mi reloj, noto que faltan unos diez minutos para volver a clases. Me disculpo con los chicos, me levanto con mi bandeja y me dirijo al baño. El del comedor está cerrado, así que salgo de allí en busca de otro.

Estoy mal acostumbrado en caminar y voltear para ver a quien tengo atrás. Digo mala costumbre porque no solo lo hago cuando estoy en la calle, sino en todo momento. Al voltear, veo a Kelvin que viene caminando detrás de mi casual.

Las chicas ya no voltean o suspiran por el como antes, lo reemplazaron con una mirada que según yo, es asco. Cuando llega a mi lado, le tomo la mano y le doy un beso en la mejilla.

¿Quieren hablar? Que hablen con gusto.

Corro al baño, pues ya no aguanto las ganas de orinar. Me meto en un cubículo, bajo mi cierre y libero la presión que traía desde temprano. Al terminar, bajo la tapa y le doy a la palanca del inodoro con el pie. Me dispongo a abrir la puerta, cuando alguien me empuja adentro y cierra la puerta detrás de sí.

—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunto.

—No puedo esperar más para besarte —responde Kelvin.

—Puedo ir a tu casa más tarde, Kelvin. Pero aquí no, nos pueden ver —trato de despegarme de él, pero el espacio es reducido.

Acerca su boca a mi cuello y, al sentir su respiración caliente, pierdo todas la ganas de seguir luchando contra él. Su boca sube lentamente hasta encontrarse a la mía y me besa de manera suave, haciéndome sentir sus carnosos labios y el café que se acaba de tomar. La mano que tenía en mi cadera baja hasta mi nalga derecha y suelto un gemido en sus labios cuando la aprieta.

La puerta del baño se abre y nos separamos. Ambos hacemos silencio y escuchamos a unos chicos hablar estupideces. Veo la hora en el reloj de mano de Kelvin y juro que me va a dar algo porque queda poco para entrar a clases. Al salir los chicos, Kelvin intenta besarme nuevamente, pero le detengo y le recuerdo la hora. Me da un último beso y abre la puerta, asegurándose que no hay nadie afuera, para luego indícame que salga.

Abre la puerta del baño repitiendo el mismo procedimiento, y afuera hay unos chicos parados. Me indica que espere un tiempo después de que él salga y así hago. Pensar en que nos vamos a quedar sin entrar a clases me impacienta, así que cuando veo han pasado un poco de tiempo, salgo.

Kelvin está parado unos metros más adelante de dónde están los otros chicos que también son de último año, pero de otro grupo. Camino en dirección a las escaleras con Kelvin a poca distancia de mi.

—Que asco usar esos baños ahora —dice uno de ellos.

—Deberían hacer un baño solo para maricas —sugiere otro.

Sin voltear, me detengo a esperar a que Kelvin me alcance. Cuando lo hace, su rostro se nota sereno, no le afectó los comentarios.

—No vaya a ser que nos peguen una enfermedad de transmisión sexual —añade otro.

—Se llama enfermedad de transmisión sexual porque se contagia mediante el sexo, estúpido —me detengo.

—¿Cómo me llamaste? —pregunta.

—Te dijo estúpido —responde Kelvin, poniéndose delante de mi.

Los chicos caminan a nuestra dirección y siento que estamos en problemas. Si me llevan a detención de estudiantes, solo mamá puede venir a sacarme y eso sí va un gran problema para mí.

—Debemos irnos, Kelvin —digo a su espalda.

—Todo estará bien, mi amor —dice en tono calmado.

—Te crees el más fuerte de todos por lo que le hiciste a Iván, ¿no? Pero te tengo una noticia, yo sí puedo darte tu merecido —habla el más corpulento de ellos.

—Viernes. Cancha de Plazoleta. Tres de la tarde —le reta Kelvin—. Si no llegas, quedarás tú cómo el marica.

—Ahí te veo. Dile a tu noviecito que lleve la ambulancia de una vez —choca su hombro de manera brusca con el Kelvin.

Espero que lo chicos se vayan y me dirijo a Kelvin:

—No puedes ir a pelear allí. No habrán adultos y puede que lleven armas o algo.

—Tengo que ir. Hay que darle un punto final a esto, si no, terminar este año será insoportable.

Kelvin me abraza y me da un beso en la cabeza, asegurándome que todo estará bien. La sensación de paz que siento cuando me abraza de esta manera es indescriptible.

Bajamos las escaleras y nos sentamos en los bancos que están en el pasillo a esperar que salga la profesora. Stephanie me envía un mensaje preguntando dónde estamos y le respondo que en el pasillo esperando entrar a la siguiente clase. Kelvin aprovecha y me cuenta más detalles del viaje, los parques que visitaron, las playas, que el viaje conmigo hubiese sido mejor.

Los hombres y su labia.

Sí, soy hombre, pero no digo ese tipo de cosas.

La profesora sale del salón de clases y nos dedica una mirada asesina a Kelvin y a mí. Entramos al salón a esperar que llegue el siguiente profesor y me siento detrás de Stephanie, Kelvin detrás de mi. Mi amiga me extiende su teléfono para ver algo y me vuelve a entrar la rabia con Kelvin por ponerse a pelear. Le muestro el teléfono a él, quien lo ve sin mucho interés.

—Esas cosas pasan. Ya vas a ver que ahí no habrán solo estudiantes, habrá gente apostando y...

—¿Y qué? —pregunto, al ver que Kelvin se calla.

—Nada. Solo es un ambiente poco sano. No quiero que vayan.

—De ninguna manera te dejaré solo allí. Ni siquiera quiero que vayas.

—Ya, Romeo y Julieto. Vamos a empezar clases.

Siento que esta será una semana larga.

Enséñame a SoñarWhere stories live. Discover now