Si no me dice, no me doy cuenta.

Presiono el botón que le indica al chófer que habrá una parada en la siguiente estación y le pido permiso para levantarme.  Cuando el bus se detiene, baja detrás de mi.

—¿Piensas seguirme hasta dónde?

—Cuán lejos vayas.

—Lo siento, Moana, voy a casa de una amiga. No puedo tenerte detrás de mi.

—Quisiera estar yo detrás de ti —se acerca.

—Mi novio es boxeador —le advierto al alejarme.

—Es boxeador el noviecito —dice en tono chocante—. Solo, dame tu número y te dejo tranquilo. Por ahora.

—¿Qué te hace pensar que tengo algún interés en ti?

—La forma en que me miraste y...

—Eso no te dice nada, Julio. Miles de personas se dedican miradas diarias y no por eso, acosan al otro para tener su número y saber su vida.

—Existen excepciones.

—La única excepción que no va a existir es que yo te dé mi número. ¿Cuántos Julio pueden existir que trabajen en una agencia de publicidad y sean diseñador gráfico?

—Prestaste atención —sonríe.

—Mi novio te va a buscar y te va a dar mi número en golpes para que aprendas. Odia a los acosadores y abusadores, lo digo en serio.

—Bueno, bonito. Me voy porque el tiempo es oro. Si el destino nos quiere juntos, nos veremos de nuevo.

Ruedo los ojos y sigo caminando. Que tipo tan pesado. Soy un chico normal que fue acosado por poca más de una hora por un ser que no conozco. No me quiero imaginar lo que debe sentir una chica que es más propensa a sentir este tipo de ataques y son más constantes.

Al llegar a casa de Stephanie, me recibe su hermano mayor, a quien no soporto en lo más mínimo. Está bajando las maletas de la camioneta que usualmente los lleva del aeropuerto a su casa.

—Hola, perdedor —saluda.

—¿En serio ese es tu insulto? ¿Vives aún en el dos mil cinco? —me burlo de él y muestra su dedo corazón.

Saludo a todos en la sala con un abrazo, dándoles la feliz navidad y el feliz año que les debía. Stephanie se disculpa con sus padres y sube corriendo conmigo las escaleras. Cierra la puerta detrás de si con seguro y enciende el equipo de sonido.

—Van a pensar que estamos teniendo relaciones —le advierto, con cara de asco.

—Jonah, la única que no sabe tu orientación sexual es Joanne —aclara Stephanie.

—Mentira. Tú tampoco lo sabías —le recuerdo.

—No lo sabía, tú lo has dicho. Ahora siento que es obvio y todos lo saben.

Me siento en el puff en el rincón de su habitación, la densa cortina ocupa toda la ventana, por lo que Stephanie tiene una lámpara encendida que le da una apariencia dramática a la conversación.

Comienzo por lo más sencillo, que es el acoso que acabo de sufrir en la calle y Stephanie tiene emociones encontradas entre la risa y el abuso de la gente.

Sin embargo, toda la tarde de historias y cuentos gira en torno a mi y a Charlie. Cada parte de la historia deja a Stephanie con la boca más abierta y me doy cuenta que realmente suena peor de como yo lo había visto.

—¿Y qué piensas hacer con él? Porque evidentemente ya tienes algo con Kelvin y le dejaste claro a Charlie que no quieres algo con él. Sin embargo, a mí me preocupa ese chico.

—A mi también. Creeme que quisiera prestarle apoyo, decirle que me llame y escriba cuando necesite hablar. Lo que no quiero es que confunda las cosas.

—¿Lo llevamos a un psicólogo? —plantea, dudosa.

—¿Es en serio, Stephanie? Su sexualidad no es una enfermedad mental.

—Yo no dije en ningún momento que lo fuera. Es más, ¿los psicólogos tratan enfermedades mentales? Pensé que solo transtornos. Y —me calla cuando intento hablar— es evidente que ese chico lo tiene. No hablo de su sexualidad, Jonah. Hablo de lo mal que se siente por serlo. Necesita alguien que lo ayude con el tema y a la vez, que sea su amigo sin que él confunda las cosas.

Yo no había pensando en esa posibilidad. Una persona como Charlie no tiende a revelarle ese tipo de cosas a cualquiera. Pienso que conmigo lo reveló por querer experimentar. Verse con un psicólogo puede hacer que, a primeras, piense como yo que se puede curar de algo que no es una enfermedad.

—Ahora la cuestión aquí es la siguiente...

Se calla de la nada, con una sonrisa pícara y me mira como si me estuviese retando.

—Redoblantes, por favor —me solicita que haga el sonido del instrumento musical y suelta la pregunta en lo que termino—: ¿Quién besa mejor?

Me pongo un cojín en la cara y la entierro entre mis piernas. Son sensaciones totalmente diferentes. Kelvin, por su parte, es más atrevido en besar, enviando punzadas a cada parte de mi cuerpo. Su cabeza se amolda perfectamente a la mía, sus manos trabajan con prudencia, saben cuándo y cómo moverse. Su lengua se mueve con maestría y no me imagino cómo sería en otras partes del cuerpo.

Charlie, en cambio, es más suave. Supongo que no tiene tanta práctica como Kelvin. Sus besos son dulces, enviando caricias por todo mi cuerpo y dandome una sensación de seguridad. Además, de que si le añado el brillo en sus ojos, más me cuesta decidir.

Es como si en mi vida hubiesen llegado un ángel y un demonio.

Stephanie rueda de manera graciosa en la cama y suspira con mi explicación como si le estuviese presentando dos posibles candidatos para ella.

—A ver fotos. Yo te ayudo a decidir.

—No hay que decidir —aclaro—. Sí te puedo mostrar las fotos porque stalkeé a Charlie. A Kelvin ya lo conoces.

—Idiota ese.

—Stephanie...

—¿Qué? Que sea tu noviecito y me haya salvado, no le quita lo idiota.

—No te ha hecho nada malo —le recuerdo.

—Como sea —hace una mueca para restarle importancia a la conversación—. Muéstrame a ese bombón de Charlie, que en esa foto contigo se ve espléndido.

Me acuesto a su lado en la cama y saco mi teléfono para ver a Charlie. Comienzo a pasar las fotos en dónde lo han etiquetado, puesto que él no sube muchas fotos.

—¿No tiene alguna en la playa? Es para una tarea... de anatomía física masculina exhaustiva.

—No —me río—. No tiene el cuerpazo, solo un abdomen plano y la V que conduce a la entrepierna.

—Es que lo has visto sin camisa, bandido —me pega con una almohada.

—No, solo lo toqué un poco cuando me besó.

—Hablando de eso —se sienta—, ¿tocaste más allá de lo que debías? ¿Qué tal el pack?

—¿Cómo puedes hablar de algo así sin sonrojarte? A veces dudo que seas una señorita.

—¿Quién dijo que lo fuera? —lanza, escéptica.

—Por como eres, ya lo sabría —le levanto una ceja—. A Charlie no lo toqué hasta allá. Cuando intentó desabrochar mi jean, me alejé de él. Kelvin si se le siente un buen...

—Ya va. Esa parte de la historia no me la contaste. Solo me dijiste que él te besó y tú lo alejaste. No me dijiste ni la parte que le tocaste el abdomen, ni la parte en que él... ¡Oh, Dios!

—Ya lo sabes —río nervioso.

Mi teléfono suena y, al ver que es Kelvin, atiendo de una vez.

Está llamando para avisar que tienen que adelantar la llegada del viaje porque el papá tiene una audiencia de emergencia y quiere verme antes de clases, pero ya tengo el compromiso con mi amigo.

Nos despedimos y un frío reposa en mi estómago ante la emoción de verlo el lunes.

Enséñame a SoñarWhere stories live. Discover now