—La apoyo.

—Papá me inscribió en una academia de boxeo, dónde me pusieron una dieta estricta y me enseñaban a pelear. Sin embargo, había un profesor que me preguntó el motivo de querer aprender a boxear y, cuando le dije que era defenderme de los abusos, me propuso aprender lucha libre.

—Ya va... ¿Lo dices en serio? ¿Lucha libre?

—Lo digo en serio, lucha libre —se ríe—. A todas estas, mis padres no saben. Eres el único que sabe esto. El profesor me enseñó principalmente a controlar mis emociones, eso fue lo primero. Que no por todo tengo que golpear a las personas y que, cuando se agoten las palabras, o a modo de defensa, es que puedo usar las técnicas de lucha libre que me enseñó.

—Con razón Iván quedó así.

—Pude haberle hecho cosas peores, creeme. Para el siguiente año, yo era un flaco alto. Seguía siendo un blanco para los abusadores. Lo que no sabían es que ya sabía defenderme. Una vez, me agarraron entre tres y querían meterme la cabeza en un urinario, porque decían yo era un avestruz. Dejé que me llevaran al baño, y cuando estuvimos allí, me solté de ellos y les pegué la cabeza contra el lavamanos.

Mi boca cae casi hasta la cama al escuchar tal cosa. Me imagino el charco de sangre que tuvo se formó con semejante golpe en tres chicos.

—Me expulsaron —prosigue—. Todos sabían que esos niños eran unos abusadores, pero el culpable de violencia fuí yo. Papá estaba molesto por eso y mamá dijo que no era nada del otro mundo si no había cargos. Al llegar a la siguiente escuela, yo no era un abusador ni un abusado, simplemente era alguien respetado.

—¿Y cuando llegaste al país como fue?

—¡Que curioso eres! —me besa y muerde mi labio inferior.

Lo hace de una manera tan sensual que no me puedo resistir a querer más. Kelvin se coloca arriba de mi, poniendo las manos a cada lado de mi cabeza. Se acerca lentamente a mi boca y ríe cuando yo subo la cabeza para acortar la espera. Sus besos son suaves, delicados, como los besos que das cuando sientes que el tiempo no importa.

—Ya, porque después voy a querer hacerte el amor y, evidentemente, tú no quieres eso aún. ¿O sí? —se quita de arriba de mi.

—Sí.

—¿Sí? —se sorprende.

—No.

—¿No?

—¡Ay! ¡No sé! —coloco una almohada en mi cara—. Termina de contarme —digo, después que me la quito.

—Cuando terminé el colegio, nos vinimos al país para que yo sacara la secundaria aquí, que es menos tiempo. Mi apariencia me hizo ser un chico popular, aunque era igual que como me conoces ahora, alguien que no le gusta tener mucha atención. Yo había superado todos mis demonios en cuanto al abuso. Cuando estaba en cuarto año, un tipo en la calle estaba intentando llevarse a una chica que estaba caminando sola. Mucha gente estaba viendo, nadie hacía nada. Yo me metí y el tipo quiso atacarme con un cuchillo. Le partí la muñeca dónde tenía el cuchillo y algunas costillas de tanto golpes que le dí.

—Creo que así está bien de información.

—No. Querías saber, ahora tienes que terminar de escuchar. La policía llegó, me llevaron preso, quisieron golpearme cuando estaba en la estación de policía y me defendí. A uno le tuvieron que practicar una rinoplastia.

—¡Dios! Por eso tú papá hacía tanto énfasis en que no te golpearan.

—¿Lo hacía? Bueno, se abrió un juicio y se dijo que estaba viciado porque mi papá era juez. Se inició una campaña en su contra y bueno, solicitó traslado hasta acá, aunque allá se dijo que lo habían destituido y nos fuimos del país. Eso fue primera plana local, gracias al cielo no llegó a mayores.

Realmente pudiera decir que fue duro por lo que pasó en su niñez. Es algo que no le deseo a nadie, y hasta ese punto de meterles la cabeza en un urinario, menos.

—Me tengo que ir, Kel. Son casi las tres de la tarde y tengo que caminar —digo, levantándome de la cama.

—No, papá y yo te llevamos —me hala por el hombro—. Quédate un poco más —me besa, cuando caigo a su lado.

Esta vez soy yo quien se sienta coloca arriba de él. Kelvin pone una mano en mi cadera y con la otra sostiene mi cabeza para que no deje de besarlo. Este beso es más impetuoso, sin mucho tiempo para respirar y con una lengua que quiere ocupar cada lugar de mi boca.

Recalco que besa excelente.

O debe ser porque es la primera persona a quien he besado.

Mi camisa estaba siendo retirada, cuando tocan la puerta.

—¿Se puede? —preguntan desde el otro lado.

—¿Qué quieres, papá? —me ajusto la camisa y me levanto para sentarme en la silla del escritorio.

—Ya terminé de jugar a mamá y papá. Quería saber si el pajarito quiere que lo lleve o se queda un poco más —dice al abrir la puerta.

—Sí —me levanto de la silla—. Déjeme lo más cerca que pueda.

—Perfecto. Dejo que se despidan —cierra la puerta.

—Es evidente que tus padres saben tu orientación sexual —le digo a Kelvin.

—No sé si saben eso, pero si saben que tú y yo tenemos algo. Yo me la pasaba hablando de ti desde que te ví en el instituto.

Kelvin se levanta de la cama y me besa nuevamente.

—Me acabo de acostumbrar a estos labios y ya tengo que dejarlos .

—¡Pajarito, me voy! —grita el señor José.

Kelvin gruñe y abre la puerta para salir conmigo. La señora Cristina está parada en la puerta de su habitación y se despide de mi con dos besos, deseando verme pronto.

Todo esto es como muy bonito para ser cierto.

Kelvin me da un abrazo en la entrada de su casa, un abrazo como que no hubiese mañana o no me volviera a ver en mucho tiempo.

—Avisame cuando estés en tu casa —me suelta—. Papá, lo dejas en su casa, por favor.

—Sí, Secreto de la Montaña —responde y a mí me da un ataque de risa.

Kelvin se queda con cara seria, como con ganas de matarlo por el comentario o debe ser que no entendió la referencia, pero a mí me pareció buen chiste. El señor José me extiende la mano para chocar los cinco y Kelvin cierra la puerta después de rodar los ojos.

Resulta que el papá de Kelvin es más jovial de lo que parece. Tiene un gusto fresco y actual por la música, la canta como que estuviese en un concierto en vivo y la escucha a todo volumen. Al igual que a mí, le gusta la música electrónica y lleva puesta una lista de reproducción de Calvin Harris.

—¡Hey! —dice, bajando el volumen a la música—. ¿Dejaron sus intentos de hijos en el látex? —pregunta.

Pienso por un momento en las referencias que utilizó, hasta que entiendo la pregunta.

—No intentamos tener hijos —respondo con vergüenza.

—Cuando lo intenten, ya sabes que lo tienes que dejar en el látex —recuerda.

¡Que incomodidad!

Enséñame a SoñarWhere stories live. Discover now