—¡No me toques! —grita y los pocos usuarios ven en nuestra dirección.

—Tenemos que denunciarlo, Stephanie.

—¿Y quién me va a creer que un deportista con buen promedio intentó abusar de mi? ¿Si sabes que su papá es policía, no?

—Todos en él colegio saben que Iván es un patán. Además, el papá de Kelvin es juez; al saber que tú eras las chica que su hijo defendía, él te puede ayudar.

—No lo sé...

—Tambien, necesitas ayuda profesional. Si no le quieres decir a tus padres, te entiendo. Yo te puedo acompañar al psicólogo. Pero tenemos que resolver esto.

Comienza a llorar de nuevo, a moco tendido. Esta vez sí me deja acercarme a ella y la abrazo. Se limpia la nariz de mi camisa y yo sufro internamente por semejante cochinada.

Las cosas que uno tiene que soportar cuando tus mejores amigas están de crisis.

—¿Sabes lo que yo sufría viendo chicos sola teniendo un amigo con quién podía hacer eso?

No sé cómo puede pensar en algo así en un momento como este. Yo suelto una carcajada y ella me golpea con el codo.

Estuvimos en silencio por unos minutos, hasta que yo insistí con el tema de la denuncia y de la ayuda profesional. Nadie puede asumir que en silencio va a superar algo así sola. Al denunciar y buscar ayuda, no lo hace solo por ella, sino por miles que no lo hicieron a tiempo y hoy son estrellas en el cielo.

Mi teléfono comienza a vibrar de nuevo y veo el nombre del papá de Stephanie en la pantalla. A través de la venta, puedo ver la camioneta estacionada frente a la entrada del lugar. Llamo al mesonero para pagar la cuenta y camino agarrado a Stephanie.

—¿Cómo terminó el asunto de la pelea? ¿A qué se debió? —pregunta el señor Javier cuando ha arrancado.

—Uno en la cárcel y el otro en el hospital. Querían ver quién tenía más fuerza.

—¡Esta juventud! —exclama y nos hace reír.

Nos detenemos en el garage de la casa y ayudo a Stephanie a bajar de la camioneta. La mamá está en la puerta esperándonos.

—Buenas noches, señora Carolina —saludo.

—Que no me digas señora —repite—. ¿Tienes hambre? —pregunta al cerrar la puerta.

—Algo.

—¿Yo estoy pintada que no me preguntas?

Se da media vuelta sin responder y entra a la cocina para prepararnos algo. Mientras, nos cuenta cómo eran las fiestas en su época. Estoy riéndome con sus anécdotas, pero estoy más pendiente si Kelvin me llama. Cuando termina, como y subo con comida para Stephanie.

Aunque no creo que le guste.

—¿Quejesto? —pregunta y yo suelto una carcajada al dejar una sopa instantánea en sus manos.

—Sopa.

—Yo sé que es sopa. ¿Pero por qué? ¿Qué comiste tu?

—Huevos con tostadas.

—Hoy es mi noche —se lamenta.

—Me alegra que estés más tranquila.

—Me estoy muriendo por dentro, pero qué más. Vamos a dormir.

—¿No te vas a comer la sopa?

—No.

—Ah, bueno. Yo sí.

Me quito la ropa y me coloco el pijama que tengo aquí en casa de Stephanie. Su mamá lo lava al día siguiente que me voy, así que siempre uso el mismo. Cuando termino de comer, me acuesto a su lado y abrazo a mi amiga quien supongo le costará dormír.

—Por favor, no me toques —me indica.

Retiro mi mano sin decir nada. Supongo que con mi brazo arriba de ella, le costaría dormir más. Mi teléfono vibra una sola vez indicando que tengo una notificación nueva y lo tomo esperando que sea Kelvin. Al ver el remitente, llamo enseguida.

—¡Dios, al fin!

Tambien me alegra escucharte —se ríe.

Me levanto y voy hasta el balcón para no incomodar a Stephanie.

—¿Cómo estás?

Con dolor en las costillas, pero ahí voy. Papá llegó a tiempo de que fuese peor. ¿Y tú? ¿Dónde estás?

—Me alegra. ¿Qué te hicieron? ¿Con que te golpearon? Estoy en casa de Stephanie.

Con las manos, pero eso no importa ahorita. Papá negoció con el tipo de no hacer que él y su hijo pasaran mucho tiempo en la cárcel, a cambio de que retiraran los cargos contra mi.

Stephanie presentará cargos contra Iván.

Se escucha un silencio por un momento y luego prosigue.

Tiene mi apoyo incondicional. Lo arreglaré con papá. Por cierto, gracias por defenderme y estar al pendiente del apellido de los oficiales. Sin eso, no sé que sería de mi ahora.

A la or...

Gracias, pajarito.

—Gracias, Jonah.

Ambas voces hablan casi al unison. Una femenina y el otro masculino. Me imagino que son sus padres.

Que no le digas así —le regaña la mamá de Kelvin.

¿Cómo le digo? Ya no le puedo decir "pegamocos", me dijo que ya no lo hace. Bueno, en realidad parece un pequeño zamuro.

Mis mejillas se calientan y no puedo evitar sentir una vergüenza gigante. Kelvin los corre a ambos de su habitación y se despiden de mi, con la mamá recordándome de que tengo que ir a almorzar con ellos.

Disculpalos, siempre han sido así con mis amistades.

¿Amigos?

—Entiendo.

Aunque después de hoy, no creo que sigamos siendo amigos. ¿O piensas dejarme en la "friendzone"?

—No me dijiste que querías ser algo más que un amigo.

¿Quieres ser mi novio? —me pregunta de una vez.

Siento que me corazón se detiene y no sé si es porque esto va como muy rápido, si no estoy seguro de lo que estoy haciendo, o si estoy emocionado porque me lo pregunte.

—Que básico, joven Rivero. Pensé que alguien tan inspirado para una primera cita, sería más inteligente en pedir el noviazgo.

Puedes adelantarme la respuesta y después te hago la propuesta formal.

No.

¿No qué? ¿No quieres ser mi novio?

Que no te voy a adelantar la respuesta, Kelvin.

Bueno, está bien. Igual la sé. ¿Nos podemos ver entre semana?

Sí, claro.

Perfecto. Nos estamos escribiendo. Un besote.

Ok —cuelgo.

No puedo evitar ser tan seco. Es que las únicas muestras de cariño que he tenido ha sido de mi familia y de la familia de Stephanie, del resto más nadie.

Le escribo por mensaje lo mismo que me dijo él y responde con unos corazones.

Podría acostumbrarme a esto.

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