Los soldados habían venido. Dijeron que mamá debía ir con ellos bajo mandato del rey; sin embargo, ella y papá se negaron.

No me pasó desapercibida la mirada asustada de mi padre cuando uno de los soldados tomó el brazo de mi madre e intentó tirar de ella. Todo era rápido e indeterminado, como borrones que corrían y peleaban. En algún momento vi cómo mi padre era retenido por otros y cómo mi madre era arrastrada pese a que se revolvía furiosa en su agarre. Entonces, sin pensarlo demasiado, me adelanté y los enfrenté con la pequeña daga que llevaba en una de mis botas. Cuando me di cuenta, el soldado había caído al piso; una daga le había atravesado el pecho y aunque no estaba muerto, no pude dejar de sorprenderme por la mancha cada vez más grande que se esparcía sobre la chaqueta.

Esa fue la primera vez que lastimé a alguien y pensé que mientras fuera para proteger a quienes amaba, estaba bien.

—Tan feroz... Lizzy, tu hijo es tan feroz como tú.

Una voz de hombre, en extremo divertida, me hizo voltear a mirar y tanto los caballeros como mis padres se arrodillaron. En pie, mi solitaria existencia quedó clavada al suelo y mis ojos chocaron contra los de él.

Lo repasé con la mirada y luego la volví hacia mi madre; el cabello negro, los ojos dorados.

«Ya veo».

Él también me miró y sonrió de lado, su mano alcanzó mi cabeza tan rápido que no me percaté hasta que estuvo allí. El movimiento fue leve y había algo de nostalgia en esa acción.

—Lizzy, te encontré luego de tantos años, ¿y aun así no piensas volver? —El calor y la pena se mezclaron en su boca cuando habló; mi madre permaneció con la cabeza baja. Yo todavía estaba en pie—. Papá te extraña.

Las pequeñas y blancas manos de mamá se apretaron en un puño y al final levantó la mirada, había resolución allí y un fuego de rebeldía que ardía con obstinación.

—Aún si regresara, aún si me atraparas, volvería a escapar.

—Ya veo.

Mirándolos a uno y a otro, no pude dejar de apreciar sus características; nunca pensé que mi alegre y descuidada madre tuviera tales orígenes. Quise reírme en voz alta cuando esa idea me golpeó y miré al hombre que estaba arrodillado junto a ella; aunque tenía la cabeza baja, una sonrisa astuta colgaba de sus labios.

Mientras pensaba, los demás seguían hablando. Ese hombre, del cual ya había supuesto una identidad, nunca alzó el tono y; sin embargo, cada palabra era contundente. Con cada entonada letra, se desataba una revolución dentro de mí; el ardor de la emoción golpeteaba con fuerza ante su presencia, cortante y altiva. Toda su persona indicaba peligro y aventura.

¿Qué es lo que hace a una persona ser así?

Lo miré sin pestañear hasta que lo escuché anunciar su derrota. ¿Había sido vencido por las inflexibles palabras de mamá o solo la había dejado ganar?

Probablemente la había dejado ganar.

Sonreí y vi a la comitiva irse tan rápido como había llegado, llevándose el cuerpo del soldado herido con ellos. Lo miré y pensé que tendría que sentirme mal, quién sabía si esa persona tenía alguien que lo esperaba en su casa... eso pensé y eso fue lo que me dijeron mis padres más tarde, cuando el subidón de adrenalina se nos había ido del cuerpo.

Hubo un fuerte reproche en la voz de mamá y algo indescifrable en los ojos de papá; pero no pude sentir remordimiento.

—Te estaban lastimando.

Eso fue todo lo que dije. Nunca encontré la forma de decir mucho, porque me parecía que las palabras había que decirlas solo cuando hacían falta y hablar de más era un gesto molesto de quien perdía el tiempo.

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