Capítulo 3

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He perdido el último autobús... una vez más.

Camino por las oscuras calles del Bayview-Hunters Point, el barrio más peligroso en todo San Francisco —el barrio donde vivo.

Tengo la esperanza de no encontrarme de frente con algún asaltante o algo por el estilo. Nadie es amable con nadie en un lugar como este y eso lo aprendí con el paso de los años. He perdido la cuenta de las veces que me han vaciado los bolsillos o sacado un susto de muerte.

Esta noche, el viento húmedo está más frío que nunca. Puedo sentir cómo la piel de mi rostro arde debido a las heladas ráfagas de viento, así que me abrazo a mí misma con la esperanza de guardar un poco más de calor; sin embargo, siento que por más que haga, nunca voy a conseguir mantenerme a una temperatura decente en esta época del año.

Miro alrededor de vez en cuando y solo por costumbre. Siempre es bueno saber cuándo es el momento indicado para correr. La paranoia puede salvarte cuando vives en un suburbio peligroso.

Es entonces cuando echo una ojeada por encima de mi hombro y lo miro...

Mi corazón se ha detenido para reanudar su marcha a una velocidad antinatural. A pesar de la oscuridad, puedo jurar que su mirada está fija en mí. Viste completamente de negro y lleva un gorro tejido de color gris en la cabeza.

El vecino del piso superior camina a pocos metros de distancia y en cuestión de segundos, empiezo a sentirme ansiosa, nerviosa y un poco intimidada.

Vuelvo la vista al camino y trato de avanzar con normalidad, pero es imposible ahora que puedo sentir su mirada clavada en mi nuca. Nunca había conocido a una persona tan imponente —e intimidatoria—, así que no sé muy bien qué debo hacer.

Mi educación y modales me dicen que debo detenerme y decir: «Buenas noches»; pero hay una parte de mí que sigue sintiéndose un poco incómoda con la visión de las cicatrices en su rostro. No sé si estoy lista para volver a verlas de frente.

Hace más de una semana que fue a buscarme al departamento. Hace más de una semana que le pedí que se marchara sin siquiera abrir la puerta. No me siento orgullosa de eso; de hecho, he querido disculparme por mi actitud más veces de las que me gustaría admitir, pero mi cobardía no me lo permite.

Deseo marcharme. Deseo apretar el paso y perderlo de vista en la oscuridad de la noche, pero sé que esa no es la manera correcta de tratar a una persona. ¿En qué me convierto si huyo de él solo porque me intimida un poco?...

Aprieto mis párpados con fuerza un segundo antes de tomar una inspiración profunda y girarme para encararlo. Él se congela en el momento en el que observa mi acción. Sigue a pocos metros de distancia de mí, lo cual agradezco. No estoy lista para enfrentarlo aún.

Su expresión cautelosa y analítica me pone la carne de gallina, pero le sostengo la mirada. Quiero decirle algo. Pronunciar una disculpa, un saludo... algo; pero no sé cómo acercarme o cómo iniciar una conversación sin lucir aterrorizada hasta la mierda.

—¿Podrías, por favor, pretender que no fui una idiota contigo la última vez y caminar conmigo? —digo, tras un largo momento de tenso silencio. Ciertamente, no estaba en el plan pedirle que camináramos juntos, pero fue lo primero que me vino a la mente.

El silencio que le sigue a mis palabras me retuerce las entrañas e instala una bola de ansiedad en mi pecho. Sé, de antemano, que fui una completa imbécil con él la última vez que lo vi, pero esperaba que fuera capaz de hacer las paces conmigo; ahora no estoy segura de que eso vaya a ocurrir.

BESTIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora